viernes, 5 de junio de 2009

JUEGO DE AZAR Y EL AMOR

“Nadie decide de quien enamorarse, esa desgracia llega sola” Ambos creían que la suerte les cambiaría la vida, de una vez por todas, y se aferraban al azar de un juego para cumplir sus sueños. Coincidían en algunos casinos pero hasta ahí llegaban sus contactos. A él no le gustaban los juegos en que apostaba ella y viceversa. Ni tan siquiera sabían sus nombres. Se veían porque era ineludible hacerlo en esos locales donde todos se conocen de vista y casi nadie sabe el nombre de los otros. El lazo de unión de todos era la pasión irrefrenable por los juegos de azar y las apuestas. Pero eso no ocurrió de repente, no señor. Ella se enfrascaba en la ruleta o en la mesa de Black Jack; él se concentraba en las máquinas tragamonedas, en especial las de póker. Ambos perdían la noción del tiempo cuando estaban al frente de su adicción y, como todo jugador empedernido, ni se fijaban en la hora… menos en las personas que los rodeaban. Perdían con frecuencia, como sucede siempre con los ludópatas y, cuando se daba el caso de una ganancia ocasional, se volvían locos con esa racha de la fortuna y aumentaban el monto de las apuestas, hasta dejar de nuevo las ganancias en el casino. Uno de esos días de buena racha, de ganancias fabulosas, resultó que ambos habían atinado los premios máximos en sus respectivos juegos y, como la policía llegó a comprobar que el casino cerraba sus puertas porque había llegado la hora legal del cierre, todos los jugadores se vieron en la calle a las dos de la madrugada. Los dos ganadores, ella y él, repartieron pelo y, sin premeditación, se miraron y pararon un taxi; cada uno llevaba unos buenos fajos de billetes y no sabían qué hacer. Como el taxista los distinguía de vista y sabía de su adicción, les preguntó si deseaban seguir jugando. Asintieron y los llevó a una casa en las afueras de la pequeña ciudad; una hermosa mansión iluminada de manera fantástica, como las que se ven en las películas de Hollywood. La curiosidad le pudo al miedo y cuando el taxista se identificó en la entrada, decidieron seguir adelante con un intercambio de miradas. Al traspasar la puerta se encontraron en la sala de juegos más extraordinaria que podían soñar sus mentes enfebrecidas de jugadores adictos. Todas las máquinas resplandecían como en un sueño de las Mil y una noches y los paños verdes de las mesas de póker y Black Jack parecían prados de jardines donde florecían las cartas. Para ambos fueron cuatro horas mágicas, cuando el sol asomó, sus ganancias se habían multiplicado por mil. Los jugadores del palacio encantado, igual que depredadores nocturnos, se fueron esfumando por puertas disimuladas tras los cortinajes; por las ventanas se podían observar los Mercedes Benz, BMWs, Audis, Ferraris… sólo autos de lujo de los jugadores incógnitos de su noche afortunada, millonarios con fortunas de dudosa procedencia; y pensar que ellos habían llegado en un mísero Taxi. Jamás se explicarían que habían sido utilizados para lavar una enorme cantidad de dinero, producto de actividades ilícitas, pero salieron aun más dichosos cuando les entregaron los tiquetes para un crucero por el Caribe, para dos personas, que zarparía desde Cartagena de Indias. Bueno, había llegado el momento de las presentaciones. El premio del viaje en el crucero establecía que deberían ser ellos dos los viajeros; el premio era intransferible y no se podía canjear por dinero en efectivo. Yo soy tal, mucho gusto y yo tal, también mucho gusto y tomemos algo, pero guardemos el dinero y palabra va, sonrisa viene, citas para jugar, juegos compartidos, pérdidas menores y se fueron gustando hasta convertirse en una pareja modelo infaltable en los casinos de la pequeña ciudad, en especial el TRIPLE SIETE, LA ORQUIDEA Y EL OASIS, sin arriesgar demasiado. Como del gusto se pasa al amor, en algunas ocasiones, Cupido hizo de las suyas y este par se enamoraron. La mayoría de los contertulios de las salas de juego nunca conocieron sus verdaderos nombres, jamás se llamaban por sus apelativos normales; él era King de diamantes y ella Queen de corazones y de esta forma comenzaron a decirles todos los jugadores. Como no hay mal que dure cien años ni plazo que no se cumpla, llegó la fecha del crucero y la enamorada pareja embarcó en el trasatlántico TRIPLE SIETE, que consideraron de buen agüero. Lo que no sabían porque nadie se lo dijo, es que el susodicho barco era un casino flotante; el paraíso de los jugadores, el sumun del refinamiento en los juegos de azar. Esto, que podría haber intimidado a otros, les pareció a King y Queen un sitio encantado de las noches de Arabia y comenzaron a jugar la riqueza que tan fácilmente les había llegado a sus vidas. Las intenciones de los millonarios no había sido cederles el dinero así como así, sino recuperarlo después. En un par de horas los jugadores profesionales los esquilmaron y con el transcurrir de las horas, los dueños del paseo, con muchas copas en la cabeza, decidieron jugarles una broma… y los tiraron por la borda, al océano Atlántico. En realidad los dejaron abandonados en una balsa con comida y bebida suficientes para una semana. Los jugadores del barco, nada más abandonarlos comenzaron a apostar sobre su suerte altas sumas de dinero. Que los rescatan. Que mueren insolados. Que se suicidan. Que muere primero el hombre. Que él la mata y luego se suicida… Barajaron todas las posibilidades y abrieron apuestas; para cada una se apuntaban jugadores por altas sumas de dinero y el ganador sería quien acertara. Si varios atinaban el desenlace, se inventarían nuevas variantes. La mayoría apostaba a que cuando se agotaran el agua y los víveres, él, llevado del amor que le profesaba le daría muerte y luego se suicidaría. Dejaron pasar los ocho días… y tres más, calculando que el agua y la comida estaban acabados. Desanduvieron las millas náuticas recorridas y avistaron el color anaranjado de la balsa inflable en la inmensidad azul. No se veía a nadie en la ella, debían estar muertos. Vararon el barco a unos cien metros y enviaron un bote salvavidas a inspeccionar para definir los ganadores. Con un gancho acercaron la balsa al bote y cuando el primer marinero asomó la cabeza, Queen pegó un salto de alegría y le gritó a un King moribundo que yacía en el fondo de la balsa de goma: ¡Vinieron por nosotros, te gané la apuesta!

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