martes, 3 de noviembre de 2009

TABU



Nos amábamos desde niños, yo soy tres años mayor que ella y, desde siempre, compartimos todo, bueno, casi todo, es imposible compartir la totalidad de actividades con el ser amado. Pasamos de la niñez a la adolescencia, llegó el inconformismo, y a pesar de los años de diferencia, esta etapa traumática la vivimos al unísono; ella tuvo sus amoríos por su lado y yo los míos pero sentía que los celos me corroían las entrañas cada vez que la veía con otro muchacho, después ella me confesó que sentía lo mismo cuando me veía caminar de la mano con la noviecita de turno o en los besuqueos normales de estos años de experimentación.


Cuando llegó la hora de comenzar a trabajar me fui de la casa paterna a buscar mi futuro; lo mismo hizo ella por su lado pero, como siempre, Dios o el demonio se encargan de que dos seres que estén predestinados a encontrarse y compartir su vida lo hagan, así sea en el fin del mundo… y así fue, nos encontramos en la gran capital; hacía cinco años que del saludo casual por teléfono o el encuentro en nuestro pueblo no pasábamos; ella tenía su vida profesional y yo la mía, sólo qué, como ya lo dije, nadie es dueño de su destino y volvimos a encontrarnos en una fiesta empresarial con participación de las dos compañías financieras donde laborábamos.

Volvieron los recuerdos y las evocaciones de los años ya lejanos de la infancia; un trago va y otro y otro y al calor de los tragos las manos se encontraron y después las bocas y más tarde los cuerpos. Después de esa noche nos convertimos en amantes inseparables, en los mediodías de la capital nos reuníamos para el almuerzo de afán y cuando por las tardes coincidíamos en alguna reunión buscábamos un pretexto para escaparnos de esta y refugiarnos en un hotelito para desahogar nuestros ardores con polvos desesperados, como si el mundo se fuera a terminar mañana o pasado mañana o la semana que viene, con una desesperación de condenados a muerte en su última noche en este mundo. Después nos turnábamos para estos desahogos en la vivienda de cada uno de los dos.

Como pueden imaginarse esto no es vida y de tanto amarnos y querernos y jurarnos amor eterno llegó la hora de poner las cartas sobre el tapete, como se dice, y yo no sé que pueda significar porque odio los juegos de azar y en especial los dados y el naipe; pero dijimos que era hora de definir lo nuestro, ya era mucho tiempo de conocimiento mutuo, sabíamos cómo era el otro con todos sus defectos y cualidades, nos entendíamos en la intimidad, en la vida laboral, en todo, éramos dos seres vibrando en la misma onda, habíamos nacido el uno para el otro. Ella me habló de un libro que se llama algo así como “Almas gemelas” y estuve de acuerdo, claro, nuestros espíritus y nuestras mentes eran uno solo, como también era uno el sentimiento y eran unas las emociones

¿Qué vamos a hacer?, nos preguntamos y el llanto mutuo fue la respuesta. Todas las condiciones se daban: los dos teníamos buenos trabajos, ambos poseíamos nuestra casa propia y el respectivo auto, los dos éramos solteros y sin compromiso; del amor mutuo no había la menor duda y los dos cuerpos vibraban en cada encuentro sexual, pero, me dije, todavía no existe en el mundo una ley que le permita a uno casarse con la propia hermana.

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