miércoles, 16 de noviembre de 2011

EL BOBO EN LA CIUDAD DE HIERRO


Una de las llamadas ciudades de hierro, que visitaban la ciudad con intervalos de cinco o seis meses, llegó con la novedad del martillo, un artilugio consistente en una enorme T cuya vertical era un eje fijo a la tierra y la horizontal llevaba en cada punta una cabina. Cada una de estas podía albergar dos personas, relativamente cómodas,  en un espacio herméticamente sellado. La persona quedaba sentada y sujetada con un cinturón que el encargado del aparato se encargaba de sellar para evitar que en una de las vueltas y revueltas el pasajero se golpeara contra el techo o las paredes porque la cabina daba vueltas sobre sí misma mientras el eje horizontal dejaba de ser horizontal y a veces giraba hacia delante o hacia atrás,  paraba, se devolvía en unos giros alocados, cuya finalidad era desesperar al usuario y causarle cierto pánico.
A ese parque de diversiones llegamos con Ricardo P, Néstor mi hermano y el “Bobo” Ávila, los tres primeros con algunos tragos en la cabeza y este último en una borrachera de campeonato, nos acercamos al martillo y el “Bobo” insistió en querer montar; nosotros tratamos de disuadirlo mientras el maquinista se sonreía con malicia y decía:
-      “Déjenlo que se divierta, más borracho no puede quedar”.
Nuestro amigo sintiendo el respaldo nos dijo vacilante:
-      Si ven, pendejos, este hombre si sabe como es la vaina, yo me subo.
Y se subió. El encargado  del aparato lo sujetó con el cinturón, cerró la cabina, dio la vuelta lenta para que se subieran los dos pasajeros de la otra cabina y comenzó el espectáculo. Nuestro compinche gritaba que no más y el tipo, en vez de parar, aceleraba el artilugio mecánico y se reía.  En algún momento Alfonso pidió auxilio, socorro, llamó a Dios, trató de hijueputa a todo el mundo y no dijo nada más… quedó en silencio…
Cuando el hombre sonriente y feliz abrió la cabina cambió de color, olvidaba decir que el tipo era negro, se tapó la nariz, gritó, maldijo, mandó para la puta mierda a todos los borrachos del mundo, comenzando por los que estábamos ante su vista y nos reclamó por daños y perjuicios, que lo habíamos jodido, que ya no podía trabajar más ese día que llamaran a la policía...
Nuestro amigo con el mareo producido por las vueltas, revuelto con el alcohol que llevaba entre el cuerpo, hizo las cuatro gracias del borracho: vomitó, se orinó y se cago en los pantalones, ¡Ah!, y lloró, que es la cuarta gracia. Ustedes pueden imaginarse el olor nauseabundo de la cabina y el reclamo del pobre negro que debía asear su máquina y eliminar el olor. Despué,s los que dejamos de reír fuimos nosotros, porque nos tocó llevarlo entre llantos y vomitadas hasta la casa, retirada del sitio como un kilómetro.
De mi libro HISTORIAS EBRIAS
www.larmancialtda.com

1 comentario:

  1. Apreciado Edgar, como siempre tus escritos como tu forma de ser, no permite que te olvidemos, GRACIAS POR ESA BEBORREA( UY CREO QUE ME SALIÓ)
    TU AMIGO DEL ALMA COLACHO.
    mi correo
    danielm102002@YAHOO.COM

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