DEJE UNOS MESES SIN PUBLICAR de mi patria chica, ahora va la segunda parte de mis recuerdos de las FERIAS Y FIESTAS...
En mis recuerdos infantiles quedó impregnado el olor de estas fiestas; una mezcla extraña que me atraía y
repelía al tiempo, las señoras de la sociedad olían bien, salían perfumadas y
vestidas con elegancia; sus maridos usaban una loción que no se aplicaban el
resto del año, la iglesia olía todo el tiempo a incienso que el sacerdote
mandaba quemar para contrarrestar los olores de la plaza y en las casa se
quemaban yerbas con el mismo motivo, los niños salíamos bañaditos y bien
vestidos a dar una vuelta y, algunas veces a una de las casas del marco de la
plaza para observar las corridas (La de Rosario Angel, Las Baquero, la torre de
la iglesia, una casa vieja que luego se demolió y dio paso a lo que ahora se
denomina Palacio Municipal y hasta las ventanas de la casa cural servían de
palco. Los otros olores no eran agradables, todas las calles hedían a mierda de
animal y de cristiano, a orines de los mismos y el olor más repugnante que
recuerdo: el de los vómitos de los borrachos.
Otra parte de
mis recuerdos tiene que ver con la música que atronaba por toda la población
casi las veinticuatro horas, tanto repetían ciertos discos que se me grabaron
en la memoria para siempre, dejo un listado incompleto pero en otra oportunidad
reproduzco parte de las letras: Mil kilómetros, Clavelitos con amor, Llegó
borracho el borracho, Sonaron cuatro balazos, “La cama de piedra, Escaleras de
la cárcel, El puente roto, El corrido del caballo blanco, El corrido de Rosita
Alvirez, Etc. Ya lo dije, cuando sea necesario repito las letras que eran algo
parecido a las canciones de carrilera y otros géneros actuales.
Y la comida es otro recuerdo indeleble, por esos días no se cocinaba
casi en ninguna casa, los niños salíamos con nuestras respectivas madres en
horas de la mañana a recorrer el pueblo y observar la feria, por las tardes era
prohibido, todos los expendios de licor estaban repletos de borrachos que aprovechaban
para lanzar piropos. Bueno, me salí del tema; los toldos con comidas típicas
bordeaban la plaza y las familias del Chipaque especialistas en estos
menesteres ofrecían una variedad de delicias gastronómicas que harían morir de
angustia a una de nuestras flacuchentas modelos actuales: huesos de marrano,
rellena, tajadas de hígado, chicharrón cocho y totiao, papa de año, plátano,
chunchullo, etc. Aparte otras mesas con bizcochuelos, empanadas, masato, pan de
yuca, almojábanas, arepas de laja, arepitas de mantequilla, bollos, tamales,
envueltos y cuantos platos deliciosos salían de las manos de nuestras queridas
cocineras criollas y muy chipacunas.
Como esta crónica es a saltos, estaba olvidando la banda de los músicos
que se ubicaba cada media hora en un lugar diferente y despachaban música de
toda al compás del aguardiente y la cerveza que les brindaban los contertulios
del toldo. “El Tayón”, con su dulzaina acompañaba como podía cada canción y
hasta cantaba con su voz aguardentosa, no recuerdo a ese personaje sobrio jamás
y vale una somera descripción: unos cuarenta años, bajo, delgado por no decir
flaco, con un bigote mazamorrero (ahora que me acuerdo se parecía a don Ramón,
el del chavo del ocho), alpargatas y una ruana de lana que siempre mantenía terciada
sobre el hombro izquierdo; andaba a medio afeitar, con ojos rojos por las
trasnochadas, el sombrero echado hacia la nuca y la grosería a flor de labios;
los tomadores le ofrecían trago sólo por escucharlo decir barbaridades y bailar
al compás de su instrumento. En estas fiestas carnavalescas bailaba todo o que
interpretaba la banda, hasta el himno nacional.
Aparte de los negocios de animales, la comida, el trago y los desfiles
de animales (caballos de paso fino, decían) había dos eventos que colmaban el
ánimo de la población mayor, quiero decir gente madura; uno era el reinado y
otro la corrida de toros. Reinados, como se puede pensar con todas las
arandelas, sólo recuerdo uno y sin fecha, con dos candidatas. Zenaida Hernández
y Nohora Guevara; la primera era la consentida de su familia, los ganaderos y
los ricos del pueblo, la segunda la preferida de los de menos recursos. Zenaida
era hija de don Proceso Hernández de quien se decía que era el hombre más rico
del pueblo y como el reinado se decidía por cantidad de dinero recogido, púes
la lucha era desigual. Recuerdo que para ayudarle a Nohorita yo rompí mi
alcancía de niño y otros amiguitos hicieron lo mismo. Al
final ganó la que debía ganar: Zenaida, y sus hermanitos (Carlos, Fabio, Julio
César, Augusto y Alfredo) echaron voladores y bala hasta el amanecer.
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