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miércoles, 21 de octubre de 2015

JUAN BAUSTISTA SANTIFICADOR DE APODOS

JUAN BAUSTISTA  SANTIFICADOR DE APODOS
Uno de tantos personajes de mi pueblo fue un señor de apellido Bautista del cual nadie recordó su nombre después de que pasó lo que pasó y es parte de la historia de esa aldea. Llegó como vendedor de ungüentos, medicinas y pócimas para curar desde la pecueca hasta el cáncer más arraigado, según pregonaba los días de mercado en el centro de la plaza. Dos días de la semana arribaba  y como llegaba marchaba para el siguiente pueblo donde hubiera ferias y fiestas o fuera día de mercado; hasta simpático era el hombre y ganaba amigos en todas partes con su verbo prodigioso de vendedor de específicos y formulas mágicas, para atraer la buena suerte y atar por siempre al ser amado, parecía que se las sabia todas.
Cuando hizo muchos amigos en las tiendas donde ofrecía su mercancía y sus servicios, empezó a beber como todos los caballeros porque ese fue y sigue siendo el deporte preferido de mi poblado, hasta perder la razón. Cuando se supo que su apellido era Bautista le acomodaron el Juan por delante y así quedó para siempre: JUAN EL BAUTISTA. Como el tipo era adicto a las bromas, los chistes, coplas chascarrillos y otras manifestaciones del humor popular, se destapo primero con adivinanzas picantes, chistes de doble sentido y coplas contra todo lo divino y lo humano. A medida que aumentaba la confianza comenzó a buscar apodos para todos los señores y señoras del pueblo, comenzando por sus amigotes y siguiendo por derecha contra todo lo que se movía en dos patas.
Quiero aclarar lo de dos patas; en mi pueblo los gallos son una de las distracciones y los criadores ponen nombres a sus animales, asi que “Espuelita”, “Cantaclaro”, “Vengador”, “Sangrebrava” y muchos otros fueron bautizados por Bautista que aun no era nombrado Juan. Con la confianza que le brindaban durante las horas de bebida empezó a bautizar sus amigotes como “Mangamiada” porque siempre se salpicaba cuando iba a orinar, “Culichupao” por su escasez de nalgas, “Matasuegras” porque era viudo dos veces, “Polvotriste” porque se le salían las lagrimas cuando tenía sexo… y así con todos los contertulios de sus juergas nocturnas. Y ahí si llegó el momento de apodarlo Juan el Bautista.
El bendito Bautista tomó su apodo en serio y cada vez que acomodaba un sobrenombre a una víctima del pueblo se paraba ceremonioso y decía: “Fulano de tal, yo te bautizo “Muertoparao” en el nombre del padre, de los hijos y de todos los sinvergüenzas aquí presentes, amen” echaba una bendición sacrílega al aire y todos soltaban la carcajada. Fue tanta la algarabía por los bautismos que sus alias se hicieron comunes y ya nadie se llamaba como lo puso el cura en la iglesia sino como lo bautizó Juan el Bautista en una taberna… pero todo tiene un final.
El comienzo del fin llegó cuando el hombre empezó a bautizar a las autoridades civiles y eclesiásticas a sus espaldas, como puede suponerse, y los pobladores a llamarlos por el apodo y cuchichear cuando transitaban por las calles. “Panceburra” era el alcalde por su abdomen prominente; “Mamasanta” la madre superiora de las monjas, “Culoetonta” el comandante de la policía, “Asaltacunas”el juez municipal por su gusto por las muchachitas y así con los del consejo, el rector del colegio y demás personajes destacados del pequeño poblado: “Pedoloco”, “Mocochirle”, “Manoerrana”, “Sabandija” y cuanto bicho o parecido encontraba lo acomodaba a alguien.
Todo era bajo control hasta que empezaron a filtrarse los apodos a los que inocentemente los llevaban con su desconocimiento. Y ahí no paro la cosa porque, llevado del éxito y las risas que lo proclamaban Bautista de los apodos, se metió con las damas, lo más sagrado de la comunidad. Y no era en si el sobrenombre sino el significado que tenía y que llegó a oídos de las víctimas por la vía de la chismosa del pueblo. Uno de los borrachines estaba casado con ella y muerto de la risa le contaba de los nuevos apodos que causaban hilaridad en ella de la misma manera. Pero cuando se metió con sus amigas y conocidas… ah, y con ella misma, eso fue el mierdero como dijeron después sus amigotes y es que no era para menos.
Mientras no hubo traducción de significados el problema no estalló pero cuando se supo que “Carpaecirco” quería decir que la clavaban en cualquier potrero, “Vasodeagua” no se le niega a nadie, “Cajeroautomatico” abierto las 24 horas, “La ninfómana” que no se saciaba con nada, “Monedita” que pasa de mano en mano, “Billetico” que todos la manosean y así con muchas otras. Por fortuna alguien le avisó antes de que esposos, padres, hermanos y novios llegaran a lincharlo para premiarlo por su buen sentido del humor.
Uno de sus amigos lo llevó hasta un pueblo cercano donde subió a un bus rumbo a la capital y nunca jamás se volvió a saber de Juan el Bautista. Lo recordamos porque sus apodos perduran y algunos han trascendido a otras poblaciones y algunas mujeres deben su separación a que sus cónyuges investigaran su apodo que resultó ser reflejo de la realidad.

martes, 28 de enero de 2014

FERIAS Y FIESTAS DE CHIPAQUE SEGUNDA PARTE


DEJE UNOS MESES SIN PUBLICAR de mi patria chica, ahora va la segunda parte de mis recuerdos de las FERIAS Y FIESTAS...
En mis recuerdos infantiles quedó impregnado el olor de estas  fiestas; una mezcla extraña que me atraía y repelía al tiempo, las señoras de la sociedad olían bien, salían perfumadas y vestidas con elegancia; sus maridos usaban una loción que no se aplicaban el resto del año, la iglesia olía todo el tiempo a incienso que el sacerdote mandaba quemar para contrarrestar los olores de la plaza y en las casa se quemaban yerbas con el mismo motivo, los niños salíamos bañaditos y bien vestidos a dar una vuelta y, algunas veces a una de las casas del marco de la plaza para observar las corridas (La de Rosario Angel, Las Baquero, la torre de la iglesia, una casa vieja que luego se demolió y dio paso a lo que ahora se denomina Palacio Municipal y hasta las ventanas de la casa cural servían de palco. Los otros olores no eran agradables, todas las calles hedían a mierda de animal y de cristiano, a orines de los mismos y el olor más repugnante que recuerdo: el de los vómitos de los borrachos.

Otra parte de mis recuerdos tiene que ver con la música que atronaba por toda la población casi las veinticuatro horas, tanto repetían ciertos discos que se me grabaron en la memoria para siempre, dejo un listado incompleto pero en otra oportunidad reproduzco parte de las letras: Mil kilómetros, Clavelitos con amor, Llegó borracho el borracho, Sonaron cuatro balazos, “La cama de piedra, Escaleras de la cárcel, El puente roto, El corrido del caballo blanco, El corrido de Rosita Alvirez, Etc. Ya lo dije, cuando sea necesario repito las letras que eran algo parecido a las canciones de carrilera y otros géneros actuales.

Y la comida es otro recuerdo indeleble, por esos días no se cocinaba casi en ninguna casa, los niños salíamos con nuestras respectivas madres en horas de la mañana a recorrer el pueblo y observar la feria, por las tardes era prohibido, todos los expendios de licor estaban repletos de borrachos que aprovechaban para lanzar piropos. Bueno, me salí del tema; los toldos con comidas típicas bordeaban la plaza y las familias del Chipaque especialistas en estos menesteres ofrecían una variedad de delicias gastronómicas que harían morir de angustia a una de nuestras flacuchentas modelos actuales: huesos de marrano, rellena, tajadas de hígado, chicharrón cocho y totiao, papa de año, plátano, chunchullo, etc. Aparte otras mesas con bizcochuelos, empanadas, masato, pan de yuca, almojábanas, arepas de laja, arepitas de mantequilla, bollos, tamales, envueltos y cuantos platos deliciosos salían de las manos de nuestras queridas cocineras criollas y muy chipacunas.

Como esta crónica es a saltos, estaba olvidando la banda de los músicos que se ubicaba cada media hora en un lugar diferente y despachaban música de toda al compás del aguardiente y la cerveza que les brindaban los contertulios del toldo. “El Tayón”, con su dulzaina acompañaba como podía cada canción y hasta cantaba con su voz aguardentosa, no recuerdo a ese personaje sobrio jamás y vale una somera descripción: unos cuarenta años, bajo, delgado por no decir flaco, con un bigote mazamorrero (ahora que me acuerdo se parecía a don Ramón, el del chavo del ocho), alpargatas y una ruana de lana que siempre mantenía terciada sobre el hombro izquierdo; andaba a medio afeitar, con ojos rojos por las trasnochadas, el sombrero echado hacia la nuca y la grosería a flor de labios; los tomadores le ofrecían trago sólo por escucharlo decir barbaridades y bailar al compás de su instrumento. En estas fiestas carnavalescas bailaba todo o que interpretaba la banda, hasta el himno nacional.


Aparte de los negocios de animales, la comida, el trago y los desfiles de animales (caballos de paso fino, decían) había dos eventos que colmaban el ánimo de la población mayor, quiero decir gente madura; uno era el reinado y otro la corrida de toros. Reinados, como se puede pensar con todas las arandelas, sólo recuerdo uno y sin fecha, con dos candidatas. Zenaida Hernández y Nohora Guevara; la primera era la consentida de su familia, los ganaderos y los ricos del pueblo, la segunda la preferida de los de menos recursos. Zenaida era hija de don Proceso Hernández de quien se decía que era el hombre más rico del pueblo y como el reinado se decidía por cantidad de dinero recogido, púes la lucha era desigual. Recuerdo que para ayudarle a Nohorita yo rompí mi alcancía de niño y otros amiguitos hicieron lo mismo. Al final ganó la que debía ganar: Zenaida, y sus hermanitos (Carlos, Fabio, Julio César, Augusto y Alfredo) echaron voladores y bala hasta el amanecer.