Papá ciempiés era
feliz, cada día madrugaba al trabajo y se ponía un par de zapatos, otro par de
zapatos, otro par de zapatos, otro par de zapatos… hasta completar cincuenta
pares.
Por la noche llegaba cansado y su mujer le ayudaba a quitarse
un par de zapatos, otro par de zapatos, otro par de zapatos… así hasta quedar
descalzo y metía los pies en cincuenta platones con agua caliente para
refrescarse y descansar.
Pero, como no hay felicidad completa con el paso de los años comenzó
a dolerle un pie y después otro pie y la preocupación entró en la cabeza de
papá miriápodo; y luego otro pie y otro pie hasta que sus cien pies le impidieron
caminar y, por supuesto trabajar.
Al principio, cuando sólo un par fallaba, levantaba esas dos
patas y punto… hasta con veinte pares menos se atrevió a caminar. Era muy
triste verlo acostado con sus extremidades sobre cojines para aliviar el dolor
y la señora ciempiés angustiada tratando de hacerle remedios caseros para
curarlo.
Sin querer se enteró que su enfermedad era artritis reumatoide
degenerativa incurable y como sus hijos ya estaban criados y podían mantenerse
y mantener a su madre decidió quitarse la existencia… y se suicidó; y no me
pregunten como lo hizo porque se me olvidó.
Edgar Tarazona Angel
www.larmancialtda.com
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