Escrito por Germán
Mejía Vallejo
Señora Dávila, reciba usted un cordial saludo desde la comodidad de mi
oficina y el nítido sonido que se percibe mientras oigo una emisora diferente a
la que usted dirige. Hoy, y después de callar y meditar por horas, he decidido
escribirle abiertamente, dudoso de si usted por lo menos se enterará de esta
misiva, pero seguro que al menos expurgaré muchas cosas que hoy tengo por
comentarle y hasta por señalarle.
Recuerdo que desde pequeño soñé con ser comunicador y periodista. Hoy, y
siguiendo esa premisa que ha guiado mi vida de no parar de soñar y a la que
justamente instó el papa Francisco ayer delante de miles de jóvenes en México,
soy un profesional de la comunicación y trabajo en ello.
En mi infancia siempre tuve referentes del periodismo y esos eruditos
que sabían contar historias, que develaban verdades y llevaban, por medio de la
radio, la televisión y la prensa escrita, una opinión clara de lo que sucedía.
En esa lista de mis admirados no estaba su nombre, pues usted apenas empezaba a
eliminar la brecha entre ser una simple reportera para vivir su tiempo de fama
y de estrellato delante de la televisión y la radio.
Fui creciendo y veía su trabajo de años, respetable y hasta admirable
por momentos. Recuerdo la muerte de su esposo, también periodista y presentador.
Esos detalles los conservo con la misma claridad que albergo intactos sus
gestos lastimeros y fingidos cuando por segundos miraba a la cámara y decía
“palabritas” que inspiraban tristeza y acrecentaba la porno miseria, contando
noticias de un país que día a día exploraba nuevos vejámenes.
Luego empecé a estudiar mi carrera y entendí, por fortuna, que el
periodismo dista mucho de la figuración y del ego, dos palabras que la
identifican a todas luces.
Yo no soy reconocido en el medio, quizá no tenga premios India Catalina
a mejor presentador de noticias y otros reconocimientos que la ensalzan como
buena en la labor de informar, en la labor de ser periodista. Sí, quizá escaseo
de esas pinceladas de prepotencia que pintan su vida actual. Pero hay algo que
sí tengo: es dos dedos de frente para enlodar con todas mis ganas el acto vil y
desmesurado en el que usted, al mejor estilo de la Negra Candela y esos
programas de chismes que subsisten gracias a la doble moral de los colombianos
y que permiten menoscabar la intimidad de las personas, cayó al atreverse a
publicar, dañando la vida de una familia inocente y hoy por hoy cuestionando,
en solo minutos, la carrera que durante más de veinte años la ha llevado a
estar en el lugar que hoy ocupa.
No sé si usted no asistió a la clase de periodismo cuando enseñaban
ética y moral, o cuando hablaban de la investigación de fondo, cuando
férreamente defendían lo noticioso y probatorio sobre lo privado, la clase
donde se enseñaba que una evidencia se reserva a las audiencias hasta que se
esclarezca su grado de aportación a la resolución del conflicto o del caso como
tal.
Lo de ayer hizo que nuevamente quedara estupefacto. Sí, logró sacarme de
mi zona de confort; de esa zona en la que se vive muchas veces dejando pasar los
días y haciéndose el pendejo frente a lo que los medios cuentan.
Ayer vi el video sin exagerar unas diez veces. Creo que me aprendí los
diálogos de memoria y sentí lástima por el exviceministro Carlos Ferro y por su
familia. Quería ver una prueba de delito, no una prueba que despejara la
incógnita sobre la sexualidad de los protagonistas. ¡Nunca la hallé, solo vi a
un man que, siendo grabado a hurtadillas por otro que más que violentado se
siente intrigado y deseoso de un acto sexual con Ferro, seguía el “juego” de la
seducción, sin arandelas delictivas dentro de sí! Una conversación salida de
tono pero nada ilegal, nada por fuera del morbo y la intimidad de dos adultos.
Si eso es un delito, entonces usted se va a la cárcel y todos nosotros la
acompañamos, porque juegos eróticos y conversaciones sin censura es lo que
todos vivimos al cerrar la puerta, eso solo prueba que somos humanos, no que
somos delincuentes.
No sé quién es más vil, si usted como directora que se atreve a publicar
un video de ocho minutos sin más ni qué, olvidando su veteranía en el medio y
las reglas básicas para el tratamiento de este tipo de material, o la bajeza de
Ányelo, quien se vende como un prepago barato, confesando que no disfruta del
sexo con hombres pero que, a civiles y uniformados, complació solo por pagar
favores. Eso es más “excremental” y enfermo que quien vive su placer entre
iguales.
La cobardía de este sujeto se equipara con la de los colombianos que
juzgan a la ligera y solo ven de manera miope los pedacitos que los medios
cuentan, con un agravante más: la rapidez de las redes sociales, los “memes”
como plaga imparable de matoneo y lo viral que un acto abyecto y amarillista se
puede volver, porque vivimos de doble moral, porque somos “luz de calle y
oscuridad de casa”, somos santos en público y diablos en la cama, ¿por qué no
podemos ser frenteros con nuestra vida y dejar de ver tabú donde otros ven
placer?
En un mundo paralelo todos hubieran desestimado ese video, todos
hubieran vetado su publicación, todos hubieran dejado de compartir esa “prueba
que no prueba nada” y hubieran hecho un llamado a la cordura y la inteligencia.
El daño a la familia de este exviceministro ya es irreparable. Ya lo que
usted hizo pone a cuestionar el trabajo de periodistas, distorsiona la
obligación de informar con la necesidad de figurar y ganar “raiting”.
En caso de que este video constate algo en la llamada Comunidad del
Anillo, usted saldrá librada de una investigación penal, pero igual dejará en
su historial un escándalo como una periodista “seria” que se igualó a una
chismosa, mostrando a dos hombres viviendo la vida y disfrutando el morbo que
dos cuerpos producen, porque aún siendo probatorio no le restará amarillismo y
falta de tacto en la manera de contar, pero de no probar nada, deberá ser la
misma justicia a la que usted tanto ha atacado y censurado en su cadena radial,
la encargada de investigarla y hasta judicializarla por infringir en delitos
graves como violación a la intimidad.
Para finalizar quiero decirle que mi manera de juzgar severamente su
trabajo no será retirándome como oyente o lector de lo que hace, porque ya por
lo menos no la vemos en la televisión; al contrario, la oiré con el único fin
de tener más razones de peso para pensar lo que ya tengo como dogma de fe:
cuando el periodismo se convierte en una repisa donde se exhiben las miserias
de los demás, olvidando lo importante y disfrazando la noticia con “tonterías”,
en ese punto dejará de ser periodismo para convertirse en un programa de
chismes disfrazado de investigación.
Señora, ¿realmente no siente pena ajena? ¿No siente que defraudó a su
carrera y los principios de la misma?
Espero tenga una feliz tarde, no sin antes recordarle que mientras usted
almuerza, unos hijos y una esposa de un ex viceministro, inocentes de todo
esto, pagan las consecuencias de un mal periodismo, una mala decisión, una
infundada por el ego y no por la información, una familia que hoy sufre el
escarnio, la pena y la zozobra de tener una vida en el ojo del huracán, huyendo
hasta de la muerte y las amenazas, solo por algo que usted llamó chiva, llamó
deseo de informar y nosotros lo llamamos prepotencia, soberbia y amarillismo
nivel Dios.
¡Amanecerá y veremos, señora Dávila!
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