Salidos de los chiros
Por el tono
incendiario de las declaraciones de sus miembros, por la vocinglería y la
insensatez de las consignas gritadas a todo pulmón, las movilizaciones del
Centro Democrático en contra de la detención de Santiago Uribe han tenido mucho
de patético.
Por: Piedad Bonnett
Dan pena ajena. Hacen
pensar en un anticipo del Festival de teatro o en la revuelta de una pandilla
de adolescentes. Lo que hemos visto es pasión sin control, desmesura, furia en
estado puro. ¿Qué tal nuestra Sara Palin vociferando, con esa virulencia que la
caracteriza, que “lo único que le falta al régimen del terror de Santos es
asesinar a Álvaro Uribe Vélez”? ¿O Pacho Santos diciendo que “lo que quieren es
lo que utilizaba la mafia en los 80 o 90, cuando le decían a un periodista o un
político “quieren plomo o plata”? ¿O José Obdulio afirmando que “Santiago Uribe
es un secuestrado de la Fiscalía”? ¿O el propio Álvaro Uribe, acusando a la
Corte Suprema de Justicia de tenerlo chuzado –él, ¡qué descaro!– y diciendo esa
cosa rarísima de que se pronunciará “luego de reflexionar sobre mi tristeza”?
Si esas protestas fueran por una violación fragante a los derechos humanos se
entendería. Pero es por una decisión judicial, resultado de una investigación
con un ya largo expediente, sobre más de 150 asesinatos llamados de “limpieza
social” que, según la Fiscalía, están impunes en un 99%.
Lo que olvida el Centro Democrático —que le
da la vuelta a la torta diciendo que la detención de Uribe es un acto político,
una cortina de humo para ocultar un mal momento del gobierno Santos y una
retaliación del Gobierno contra ellos por no estar de acuerdo con el proceso de
paz— es que estamos en un Estado de derecho que tiene un aparato de justicia
que, aunque muchas veces falle, hay que respetar. (Por otra parte, ¿cuándo no
ha estado Colombia en un mal momento? ¿Tal vez en los tiempos de Uribe, con un país
polarizado, chuzadas, asesinatos del DAS, componendas políticas e impunidad a
conveniencia?)
El argumento del Centro Democrático parece un
chiste pero no lo es, como no lo es nada que ataña a Álvaro Uribe, que además
es un hombre sin humor. Su decisión de declararse en rebeldía contra el
Gobierno y de salir a gritar insensatamente “Santos, renuncié ya” es el
verdadero acto político, que más que paranoia es oportunismo y deseo de
manipular a los colombianos y de convocar a la derecha, siempre dispuesta a
atacar todo gesto progresista, como el proceso de paz. Y eso lo confirma el
hecho de que el procurador, nuestro inquisidor medieval, fue el primero en
saltar a pedir la liberación de Santiago Uribe. Si el Centro Democrático no
estuviera movido por su talante pendenciero y por el odio a Santos, tendría que
declarar serenamente —en vez de optar por la histeria y el griterío— que
respeta la ley y las instituciones y que espera confiado que la Fiscalía
demuestre la inocencia del hermano del expresidente. La cosa es simple: así
como Santiago Uribe le dijo públicamente a Olga Behar, a quien acusó de
calumnia por su investigación sobre Los 12 apóstoles: “tranquila, que a usted
no le va a pasar nada”, nosotros podríamos decirle a él en esta mala hora:
“Tranquilo, señor Uribe, que a usted nada le va a pasar… si se prueba que es
inocente”.
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