Cuando un líder se va, nada se muere
en el alma, al contrario, se ensancha, se ensancha, como escribiera Blas de
Otero. Por eso, cuando nada más bajar la bandera roja en Sabiñánigo, Brambilla
tocó la trompeta, Contador el silbato y Nairo Quintana el saxofón, el Sky, el
combo por naturaleza, la organización perfecta, la suma de tecnología,
compañerismo y atrevimiento, músicos acreditados, de estudio, se quedó sordo. Y
ciego. Se le iban los solistas y no se enteraban. O no se lo creían. O pensaban
que era para las fotografías de rigor. O sencillamente, dormían, o dormitaban.
Cuando un líder se va, uno piensa en
aquellos años de Eddy Merckx, que no perdonaba ni las metas volantes, que
siempre quería más. Nairo, también, pero sobre todo necesitaba más segundos,
más minutos y lo que no pudo hacer en el Aubisque con tirones breves, como
cuando no se controla bien el embrague de un coche, lo hizo de principio a fin,
con un tirón de 118 kilómetros al que ni el Sky, la quintaesencia del ciclismo
de bloque, ni Froome, el señor de la calma, supieron responder.
Fue un golpe duro. Demostró que el
Sky no es perfecto. Tan imperfecto es, que la mayoría llegó casi fuera de
control, incapaces de contactar con Froome, salvo David López, muertos en vida,
muertos vivientes, figurantes de una película con dos protagonistas: Nairo
Quintana y Alberto Contador.
Brambilla, que a la postre ganó la
etapa (justicia poética a su combatividad) fue el que sacó la cerilla, Contador
encendió la mecha y Quintana puso la hojarasca para que la hoguera hirviese.
Apenas habían pasado seis kilómetros, —y el pelotón charla, incluso piensa en
otras cosas, en el paisaje después de la batalla—, cuando el líder dio
continuidad a la osadía de Contador, en busca de su Fuente Dé particular.
Hay enfermedades contagiosas que son
positivas. La estrategia del Orica en la etapa del Aubisque produjo un
sarampión positivo en la jerarquía de la carrera. Hay gripes que limpian la
garganta del ciclismo. Quintana no solo quiso ser más líder, quiso ser rey (o
presidente de la República) y lo hizo de forma tan soberana que lo consiguió no
en la meta, sino en la salida.
Froome en la meta. J.JORDANAFP
Sorpresa para el
Sky
Definitivamente, la Vuelta es una
caja de sorpresas. Lo del Sky fue una sorpresa, porque no acostumbra a mirar el
paisaje cuando cae el triángulo rojo de la carrera. Y como lo hizo, sucedió
que, como escribió José Agustín Goytisolo, “un hombre solo, una mujer, así
tomados de uno en uno, son como polvo, no son nada”. Y Froome, de pronto se vio
solo, con la escueta compañía del vizcaíno David López, y en vez de mirar al
pulsómetro, su pasión, empezó a mirar hacia atrás, hacia los lados, a hablar
con unos y con otros, a intentar organizar aquella manifestación de
damnificados por el ataque sorprendente del Tinkoff de Contador y del Movistar
de Quintana, ambos bien apañaditos, rodeados de amigos. Y con ambos líderes
empeñados en convertir los más de 100 kilómetros que quedaban en una gota
malaya, una tortura para Froome.
Ocurrió que el Astana le puso un piso
al británico en la Gran Vía, —cosas que pasan— porque de lo contrario hoy
viviría debajo el puente de una clasificación más alterada que una tertulia del
corazón. El Astana le salvó el piso, los muebles y le pagó la luz de una etapa
que anunciaba un apagón definitivo. Y Nairo tira que tira, relevando a
Castroviejo, tira que tira, y Contador pidiendo a los suyos un poco más, un
poco más. Nunca pudo Froome con la realidad. La calculadora se le apagó, las
piernas eran como dedos atrofiados sobre el ordenador. Se le hizo de noche bajo
lo cielo azul y el calor abrasador de Formigal.
No está claro que Nairo Quintana, que
aventaja a Froome ahora en 3m 37s haya sentenciado la Vuelta. Quedan etapas
para que el Sky vuelque su rabia, su venganza, su orgullo herido, o para que el
Orica vuelva a ser el equipo bandolero que lo mismo te salva que te condena en
un callejón solitario. Pero Nairo tiene lo que quería y Froome se siente
desnudo como un recién nacido. La línea el cielo se ha quebrado.
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