Paciente: Álvaro Uribe Gloria H.
opinión
Si se hiciera una
encuesta entre psicólogos y psiquiatras sobre el comportamiento actual de
Álvaro Uribe, estoy segura que el expresidente saldría catalogado como paciente
con necesidad de ayuda profesional. Independiente de factores políticos para
los especialistas en salud mental, las actitudes de Uribe deben ser patológicas
porque su obsesión por el poder y las dimensiones de la rabia que lo motivan
dejaron de ser un comportamiento individual para convertirse en un ‘peligro’
para él y los que lo rodean. Cuando una persona se obsesiona por un tema pierde
el sentido de la realidad y cree que el mundo es como él lo imagina, de allí
que se desenfoque y no mida las consecuencias de sus actos. Está fuera de lo
real porque él es el que crea la realidad, la que él supone viven todos los que
lo rodean.
Este es un
comportamiento enfermizo que enfrentan personas desde un narcisismo extremo
donde el mundo debe girar en torno a ellos. Y claro, donde la figura de un
padre excesivo en rigidez y disciplina marca el carácter del niño hasta
volverlo un hombre terco, obsesivo, furioso y desenfocado. Atrás hay un miedo
inmenso, un abandono afectivo y una necesidad compulsiva de ser ‘mirado’ para
poder sentir que la vida tiene sentido.
Todo lo que
significa autoritarismo, rigidez, terquedad, está marcado por el padre
(superyó) que se extralimita en el nivel de exigencias con sus hijos. Esta
actitud paterna marca el carácter de Uribe con una ‘devoción’ extrema hacia su
progenitor, para inconscientemente esconder los sentimientos que pudieron
generarse ante una figura tan autoritaria y castradora como el patriarca Uribe.
La historia familiar de Álvaro Uribe está marcada por la dureza de parte de su
papá hacia sus hijos.
En Medellín conocen
de la forma extrema como éste los crió, con exigencias de disciplina propias de
un regimiento militar, pero no aptas para educar niños. Levantadas a la
madrugada, exigencias de comportamiento sin tacha, para forjar caracteres sin
flexibilidad. El mundo es blanco o negro, ¡no hay grises! Pero Álvaro Uribe
(como cualquier humano con pendientes en su historia) ‘invierte’ los
sentimientos y es ahora un amor excesivo al padre lo que lo lleva a
idealizarlo, a identificarse con él y a ‘repetirlo’ en su comportamiento.
En Psicología se
diría que es una manera de exorcizar su rabia: “Si soy como él, ya no lo odio y
puedo ser tan poderoso (y maltratador) como él”. Claro, nada es absolutamente
negativo ni positivo y de un comportamiento extremo se pueden obtener también
resultados. Álvaro Uribe en su primera fase, mientras se tomaba confianza, se
obsesionó por los guerrilleros que asesinaron a su padre, como único problema
en Colombia (hay que pelear, defender, agredir, violentar). La corrupción se lo
comió vivo mientras que él luchaba con sus fantasmas interiores personificados
en la guerrilla. Perder el poder y comprobar que Juan Manuel Santos no es un
clon ni que lo obedece con el servilismo de sus hijos, lo enfurece de tal
manera que no le importa hacerle zancadilla al país que dice querer tanto, sólo
para llegar él de salvador. Como su padre.
Es tal la rigidez
emocional y corporal de Uribe que, observe sus manos, ni siquiera puede doblar
sus dedos. Rígidos, tiesos, al igual que sus ideas, sus obsesiones, su
terquedad, su rabia. Es un hombre con problemas serios de comportamiento que
como un Hitler, puede llevar a un pueblo a la barbarie. Claro, a quienes vibren
en su misma onda de problemática con la autoridad, con la rabia y con la figura
del padre. No es un juego: ¡Es una patología!
Publicado en el diario EL PAIS
Publicado en el diario EL PAIS
No hay comentarios:
Publicar un comentario