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viernes, 14 de diciembre de 2018

EL ACUERDO DE LOS ESTUDIANTES CON PRESIDENTE DUQUE



Iván Duque Márquez, presidente de la República.


© Presidencia de la República Iván Duque Márquez, presidente de la República.
El presidente de la República, Iván Duque; la ministra de Educación, María Victoria Angulo, y los representantes del movimiento estudiantil que organizó las marchas de los últimos dos meses revelaron el acuerdo al que finalmente llegaron este viernes.
Durante los próximos 4 años, las instituciones de educación pública superior recibirán $4,5 billones, distribuidos en: la reciente asignación de $1,5 billones en el presupuesto de Regalías 2019-2020; $1,35 billones del rubro de inversión del Presupuesto General 2019; $300.000 millones de excedentes del sector cooperativo; $1,34 billones destinados a la base y distribuidos en incrementos de presupuesto del IPC+3,5% para 2019, IPC+4% en 2020, IPC+4,5% en 2021 e IPC+4,65% en 2022.
El presidente Duque señaló que desde su llegada al gobierno, “hace 130 días, nuestra prioridad ha sido generar un trabajo en equipo entre el Ministerio de Educación, el Ministerio de Hacienda, el Departamento de Prosperidad Social, la Comunidad Educativa, con el apoyo del Congreso y los gobernadores, por un presupuesto que nos permitiera comenzar a responder a los retos del sector educativo”.
Y agregó que los $1,35 billones de inversión del Presupuesto General 2019 se le entregarán al sector educación mediante el pago de pasivos e inversiones en infraestructura, dotaciones para las sedes de las instituciones, bienestar estudiantil, formación docente y fortalecimiento institucional.
Por otra parte, el Gobierno y los estudiantes acordaron un plan de pagos de pasivos para responder por la deuda de $500.000 millones que tenía el sector para 2018.
Además, señalaron la ministra Angulo y el presidente que el Gobierno y los representantes estudiantiles evaluarán las fuentes de financiación del sector, de modo que se puedan reformar adecuadamente los artículos 86 y 87 de la Ley 30 -referente a la educación en el país-, así como participarán de la reforma a las regalías que el Congreso recibiría en 2019.
El sistema del Icetex también será revisado y modificado “para contextualizarlo con las nuevas realidades sociales y económicas”, señaló el Presidente.
Finalmente, el mandatario anunció que “el sistema de Ciencia, Tecnología e Innovación se fortalecerá con recursos adicionales destinados a Colciencias, para la formación del más alto nivel así como la regionalización de proyectos y el impulso de alianzas entre las Instituciones de Educación Superior públicas”.
Revista DINERO

miércoles, 23 de noviembre de 2016

Y AHORA, QUÉ HARÁ URIBE?

© Semana Y ahora, ¿qué hará Uribe?
En sus más de treinta años de vida pública, Álvaro Uribe ha sumado tantas triunfos como fracasos en la política nacional. Todo el país conoce su sonrisa cuando lo acompañan las victorias, y sabe que el dirigente antioqueño es de los pocos que se quedan cruzados brazos asimilando las derrotas, por un rato...
Las palabras que pronunció el presidente Juan Manuel Santos este martes, en su alocución nocturna, pudieron suponer una derrota para el senador jefe del Centro Democrático, principal movimiento político que dijo No al primer acuerdo de paz entre el gobierno y las FARC. Uribe escuchó al mandatario en la plenaria del Senado, allí se dio por notificado que el nuevo acuerdo de paz, que no incluyó las preocupaciones sustanciales del No, será refrendado e implementado en el Congreso.
La sonrisa que Uribe tenía en el rostro el pasado 2 de octubre, cuando consiguió una sorprendente victoria en el plebiscito, ha desaparecido de su rostro, 51 días después. Pero seguramente, en su cabeza, ya se prepara el nuevo paso a seguir, porque conociendo al expresidente, no se quedará mucho tiempo masticando el golpe.
Uribe apostó porque se implementara un nuevo acuerdo de paz, pero no como el que sellaron el gobierno y las FARC hace una semana. Quería modificaciones “sustanciales”, pues asegura que el nuevo texto tiene graves contenidos, que en su criterio, el país no debe aceptar.
Para el jefe del Centro Democrático, y principal jefe del No, en el nuevo acuerdo “se mantiene la impunidad prácticamente igual a cómo estaba en el primer acuerdo”; “se mantiene el narcotráfico como delito conexo al delito político; “y la única salida que se le da a las Fuerzas Armadas es acudir al tribunal de las FARC a reconocer delitos no cometidos para encontrar su libertad”.
También le genera preocupación que no se hubieran acogido algunas sugerencias en el tema de enfoque de género, aunque aclaró que todos están de acuerdo con reconocer los derechos de la mujer.
Lo mismo que le preocupan 600 secuestrados de las FARC de los que no se tienen noticia, y que las víctimas de la guerrilla reclaman respuesta.
Y aclaró que los voceros del No renunciaron a una convicción y aceptaron que puedan elegir a los miembros de las FARC, pero después de que cumplan una pena adecuada.
Como el gobierno y las FARC no atendieron esas observaciones, Uribe le pide a la opinión pública pensar en lo que significa el nuevo acuerdo de paz para el futuro del país. “Hoy se le acepta esto a las FARC, mañana qué pasará con sus disidentes, con el ELN, con 3500 bandas criminales, en un país que tiene hoy, según la Fiscalía, más de 150.000 hectáreas de coca”.
Pero como a Uribe se le agotó el oxígeno que recibió el 2 de octubre en las urnas, ya no tiene otra alternativa que enfrentar el nuevo acuerdo en el Congreso, durante su implementación.
No es un escenario favorable para el expresidente, pues allí, en algo más de dos años, lo que ha cosechado es una colección de derrotas. La coalición de la paz es tan amplia que en todas las votaciones el uribismo ha perdido por goleada.
“Nosotros también hemos dicho que el gobierno y las FARC modificaron unos temas en buen sentido, los recibimos bien, y otros que se pueden ajustar en el Congreso”, dice Uribe, pero en su conciencia debe saber que si se salva el Fast Track no se pueden modificar los textos del acuerdo en los debates de la implementación en Senado y Cámara de Representantes. Aunque parece la crónica de una derrota anunciada, el uribismo ha demostrado que cuando pierde, lo hace con las botas puestas, o dilatando los debates como dirían los congresistas de la Unidad Nacional.
En primer término, a diferencia de lo dicho por Santos, que el Congreso es una vía legítima para refrendar los acuerdos, Uribe considera que, de acuerdo con la palabra empeñada por el presidente de la República, y a la luz de la sentencia de la Corte Constitucional, “se debe acudir es a la refrendación popular, bien sea de todo el acuerdo o por lo menos de esos temas sensibles sobre los cuales no hay acuerdo”. De acuerdo a estas palabras, que nadie descarte una demanda contra la refrendación, vía Congreso, del nuevo acuerdo de paz.
Pero la bandera de la defensa de esos temas “sensibles” Uribe no solo la enarbolará en el Congreso. También lo hará en las calles, un escenario menos adverso y que le ha dado gran parte de sus alegrías en la política.
“Centro Democrático estará permanentemente en la lucha por estos temas (…). Nos toca trabajar aquí en el Congreso y en la calle, con los ciudadanos que puedan acompañar las tesis que defendemos”, dijo Uribe, a la vez que mencionó la palabra referendo. “Vamos a ver qué se hace en materia de promoción de referendo, de otras alternativas”, todo para buscar un nuevo pronunciamiento del pueblo que pueda respaldar sus tesis.
Que Uribe y su partido se suban en el tren de la paz, seguramente no se verá. Por el contrario, lo que se advierte es una apuesta fuerte en contra del nuevo acuerdo de paz. Puede ser una posición anacrónica, pero seguramente algún rédito electoral tendría, más aún cuando el debate presidencial del 2018 se acerca a pasos agigantados. Y allí, Uribe, experto en victorias y derrotas, será parte del juego.

Tomado de REVISTA SEMANA

miércoles, 31 de agosto de 2016

OPINIÓN DE HÉCTOR ABAD FACIOLINCE SOBRE EL DOCUMENTO PARA EL PLEBISCITO

Reflexión del hijo de una víctima de la violencia colombiana

Poesía y prosa de un acuerdo imperfecto

El autor de “El olvido que seremos” leyó las 297 páginas del pacto de paz entre el Gobierno colombiano y la guerrilla de las Farc y estas son sus conclusiones
El Acuerdo de Paz entre el Gobierno y las FARC tiene mucho de poesía (ilusión, alegría, esperanza), pero también mucho de prosa: habrá complicaciones, desengaños, enemigos furiosos, contragolpes… Ojalá no haya atentados ni venganzas, como ocurrió otras veces. Si la gente no ha salido masivamente a las plazas a celebrar con palomas blancas y pañuelos al viento, no es porque no esté contenta, sino porque las nuevas plazas del mundo son las redes sociales y porque Colombia ha tenido tantas desilusiones y los enemigos de la paz están tan llenos de odio, que más vale manifestar nuestra alegría con serenidad, discretamente, sin humillar con tanta felicidad a los que piensan que el país ha caído de rodillas ante el comunismo. Antes de ir a la prosa del Acuerdo, recitemos la parte poética con todo el optimismo que se merece un momento histórico tan trascendental como este.
Este Acuerdo de Paz es un sueño cumplido y una noticia maravillosa para los colombianos. Esta ilusión se había frustrado tantas veces, que ahora parece mentira y todavía no nos la creemos. Como logro político, es el mayor éxito diplomático y jurídico de un gobierno desde que tengo memoria. Su significado es histórico y su importancia social inmensa e indudable. Nuestros negociadores civiles y militares, sacrificados y eficientes, se merecen todo nuestro agradecimiento; como mínimo habrá que darles la Cruz de Boyacá por los servicios prestados al país. Y un descanso tan largo como estos años de cansancio. Los efectos benéficos de los diálogos para la disminución de la violencia común y política han sido evidentes incluso desde antes de la firma del Acuerdo: el solo hecho de sentarse a hablar en La Habana moderó el conflicto armado: hubo muchos menos civiles, soldados, policías y guerrilleros muertos. Hoy celebramos este Acuerdo, en un país que de tanto pelear se había acostumbrado a la guerra, como algo maravilloso y extraordinario, como un raro regalo de esperanza. Colombia ha sufrido tanto, hemos tenido tantas víctimas y tanto dolor, que este Acuerdo nos llena de orgullo y felicidad. El futuro, al fin, parece tener una cara distinta, una cara de dicha.
Dicho lo anterior, sin embargo, hay que entrar en la prosa del asunto. Lo primero que hay que decir es que el texto mismo del Acuerdo es lo menos bueno de todo el Acuerdo, por mucho que un mamotreto así haya sido necesario o inevitable para equilibrar tantos temores, obligaciones y para conciliar intereses opuestos. De la Calle y Jaramillo querían la cárcel para sus adversarios, pero no la temían para sí. La guerrilla no aceptaba “las mazmorras del régimen”; pretendía un premio y no un castigo por sus muertos. Se encontró un punto medio. Por eso el texto es complejo, farragoso y difícil de leer.
Para empezar, es mucho más largo que la misma Constitución. Consta de 297 páginas en letra menuda o, para ser más precisos, de 128 mil palabras, cuatro mil párrafos, 839 mil caracteres y se requieren al menos ocho horas de concentración para leerlo bien. Toda una novela, y no muy amena: pesada, repleta de formalismos y de siglas, de parágrafos, repeticiones, notas y salvedades. Hacía mucho no me fatigaba tanto leyendo. Es como leer 300 páginas de instrucciones de uso de un aparato completamente desconocido para nosotros: el mecanismo formal y legal de algo muy extraño para Colombia, la paz.
Si quitamos adverbios, artículos, preposiciones y conectores lógicos, la palabra que más se repite en el Acuerdo es precisamente la palabra “acuerdo” (1024 veces). La sigla FARC está escrita 597 veces, la palabra “gobierno” 513 y la palabra “paz” se repite 502 veces. Para encontrar en el texto una cosa palpable, no sustantivos abstractos como “derecho”, “participación” o “proceso”, hay que buscar mucho. El más frecuente es “arma” (200 veces), pero como ven todavía es un sustantivo genérico: no es un fusil, una pistola, una granada o un revólver. En general todo el texto del acuerdo está hecho de ideas, de aspiraciones, de filigranas jurídicas o de propósitos bien intencionados, pero uno nunca sabe si las grandes palabras (justicia, verdad, reconciliación, igualdad, derechos) van a encarnar en realidades concretas.
Uno descansa cuando lee algo exacto que se puede tocar con las manos: cada guerrillero raso recibirá 689 billetes de mil pesos mensuales durante dos años. Se podrá estar de acuerdo o en desacuerdo con este sueldo, pero al menos se entiende. Es mucho más fácil que descifrar parrafadas jurídicas de bostezo como “el espacio de interlocución y seguimiento para la seguridad y protección de las y los integrantes de los partidos y movimientos políticos y sociales, especialmente los que ejerzan la oposición, y el nuevo movimiento que surja del tránsito de las FARC-EP a la actividad política legal y de sus integrantes en proceso de reincorporación a la vida civil…”. Mientras uno medita en quiénes serán “las y los” integrantes de los movimientos en tránsito, le echa humo el cerebro. El Acuerdo abusa del lenguaje incluyente, tiene más incisos, límites, plazos y salvedades que la promesa de compraventa de una hacienda, y creo que en últimas se prestará para muchas controversias en las que todas las partes (según como interpreten el texto) tendrán la razón, y entraremos en una maraña jurídica sin fin para desenredar el enredo. Pero en fin, discutir por una interpretación, será algo que cae en el terreno de la política y no de la guerra.
Aun para un lector entrenado y voluntarioso, recorrer las páginas del Acuerdo es tedioso y demorado. De inmediato se nota que el documento fue redactado, corregido, revisado e intervenido por muchas manos, y que cada una de esas manos quiso introducir incisos y precisiones, excepciones, leguleyadas, minucias jurídicas y requisitos especiales. Por eso leerlo produce una especie de mareo, hasta que comprendemos que lo típico de un buen acuerdo es que no deje a nadie del todo contento. Se entiende que en un tema tan difícil, en un texto que intenta preverlo todo, haya hallazgos y soluciones originales, pero también que algo tan ambicioso y grande no puede ser perfecto: por largo y detallado que sea un escrito, la realidad es siempre más compleja, impredecible y creativa. La realidad sorprende siempre. Aunque crean que todo está en el documento, siempre habrá alguna cosa que quedó por fuera, no fue bien definida o no quedó clara, y habrá que sentarse a resolverla sin pegarse al texto del Acuerdo como si fuera la Biblia. El papel lo aguanta todo; habrá que ver hasta dónde vamos a ser capaces de hacer realidad los sueños, porque la realidad es mucho más difícil de corregir que los escritos, y casi nunca se parece a ellos.
En cuatro años de discusiones sin fin, de rabia, cansancio, disputas, desencuentros, intermediarios, reconciliaciones, etc., me imagino que era inevitable producir un documento que a veces parece un quebradero de cabeza. Las FARC, en su misma inseguridad, y por mucho que lleven medio siglo en la selva, son tan santanderistas como el resto del país. Se dice que Colombia es una de las naciones con más abogados por habitantes de la Tierra. De alguna manera el Acuerdo es un selfie de lo que somos los colombianos: un país florido y barroco, contradictorio, embelesado en una verborrea incontenible. Pero si no fuera así, tampoco habrían podido firmar nada. Para avanzar hay que ceder, así sea a costa de la brevedad y de la claridad. Aquí nadie queda contento si no consta en el acta la más pequeña ocurrencia de su propia cosecha. Si queda escrita y firmada, todos quedan felices y sienten que derrotaron al contrincante con los propios argumentos. Así que bienvenida esta explosión de palabrería, si esta sustituye la explosión de fragmentos y esquirlas de artillería. De eso se trataba, ¿no?, de reemplazar las balas (y me perdonan) por babas. Al menos estas últimas ofenden, cansan, fastidian, pero no matan.
Una vez hecha esta crítica inevitable al texto de los Acuerdos como tal, podemos volver otra vez a la poesía de lo conseguido en La Habana, a la sustancia, a su significado simbólico, y también a sus efectos concretos y reales en el nuevo país que tenemos. Desde este jueves 24 de agosto de 2016, desde el punto de vista del ánimo y de las sensaciones, Colombia es un país diferente. Dos partes que se odiaron, combatieron y mataron durante decenios, se dan la mano y resuelven que no se van a seguir matando. Los enemigos a muerte deciden dejar de ser enemigos para ser adversarios políticos sin armas. ¡Por Dios, con todas las leguleyadas farragosas que quieran, esto no es poco, esto es de verdad grandioso y nuevo! Ojalá Uribe nos hubiera dejado leer los acuerdos de Ralito; ojalá nos hubiera invitado a las víctimas a hacer las paces con los paramilitares; ojalá hubiera convocado a un plebiscito en el que yo también habría votado sí, como votaré en este.
Lo conseguido por Santos es lo que todos los gobiernos colombianos venían buscando al menos desde los tiempos de Belisario Betancur: acabar con un conflicto que no solo trajo muertos, sufrimientos, mutilaciones, huérfanos, viudas, desplazados y destrucción sin fin, sino que incluso propició la creación y la reproducción de otros males tan horribles o incluso peores que la guerrilla: los paramilitares y los mafiosos. Sin guerrilla no habría habido AUC, y sin un Estado que debía pelear en tantos frentes, los narcos, los delincuentes comunes y demás ilegales no habrían ganado tanto espacio y tanto poder destructivo en campos y ciudades, e incluso en el alma misma de la guerrilla, que muchas veces pareció podrida y sin remedio. También parte del ejército se corrompió con la guerra y se volvió aliado de criminales sanguinarios. La guerra sucia nos hizo ver todas las mentiras de una democracia que parecía falsa e hipócrita. Esta paz le permite también regenerarse a esa parte del ejército que traicionó los ideales de la justicia.
Es natural que un sueño tan antiguo despierte envidias y resentimiento. Belisario ya está curado de espantos y se va por el sí sensatamente. Pastrana y Uribe –y es muy humano– se sofocan de celos. Hay que entenderlos. Le ponen la máscara de la “impunidad”, la “traición” o el “engaño” a un sentimiento personal comprensible: Santos está logrando lo que ellos no pudieron por mucho que quisieran. Por eso intentarán aguar la fiesta el 2 de octubre. Nuestra alegría será más grande que su amargura por el éxito ajeno.
Desde hace decenios era claro que lo primero para poder encaminar a Colombia por una senda de justicia, democracia y desarrollo era acabar con esa anomalía del conflicto armado interno. El pueblo le dio un mandato a Uribe para destruir a la guerrilla, y él avanzó en ese propósito, pero no logró aniquilarla y al final de su segundo mandato las posibilidades de derrota total se estancaron. Era el momento de un cambio estratégico con una guerrilla debilitada, y Juan Manuel Santos, como un gran estadista, olió la ocasión perfecta. El segundo mandato que el pueblo le dio a Santos fue tan claro como el que antes le había dado a Uribe: ¡Consiga la paz con las FARC! Y acaba de lograrlo. Es un éxito inmenso, apabullante. Y un éxito tan grande que, si es sensato, deberá asumir con humildad e inteligencia. A veces ganar puede incluso ser más difícil que perder, y aquí el gobierno ganó por goleada. Ahora le toca administrar generosamente la victoria. Aun con el Premio Nobel, que seguramente le será concedido, Juan Manuel Santos tendrá que ser muy humilde y muy sabio en este triunfo histórico para poder dejarle al próximo gobierno –ojalá con un presidente amigo de la paz– un escenario de posconflicto ya trazado, una senda tranquila de reconciliación en que se empiece a implementar un texto muy ambicioso y complejo, y no un camino de escollos, un embrollo de peleas, polarización y violencia física o verbal. Ahora, al empezar la dura fase que llega siempre tras un armisticio, el presidente necesitará más que nunca serenidad, seriedad y humildad para afrontar las dificultades políticas, sociales y económicas que vendrán.
El tribunal especial para la paz y las comisiones de verdad servirán para saber verdades incómodas, pero no deben usarse para reabrir heridas, sino para sanarlas y seguir adelante. Colombia ha sido capaz de sobrevivir sin disolverse a medio siglo de violencia y dolor en todas partes, sobre todo en el campo. Si con semejante violencia, con cilindros bombas, minas antipersona, voladuras de torres, oleoductos y puentes, secuestros, desaparecidos y motosierras, el país ha podido avanzar lentamente, ahora que vamos a vivir en un escenario más pacífico y estable, podemos empezar a soñar de verdad con una democracia plena, menos injusta, más igualitaria e incluyente. Los más entusiastas con estos Acuerdos somos las víctimas, pues nuestra mayor aspiración es que nuestros hijos y nietos vivan en un país mucho mejor que el que padecimos. Después del sí a los acuerdos en el plebiscito, que ojalá los pacíficos ganemos por una mayoría feliz y abrumadora, nos corresponde a todos trabajar por ese país posible, por ese gran país soñado, que el conflicto y la violencia nos negaron desde el nacimiento.
*En el libro “El olvido que seremos” se cuenta la historia de vida del médico y líder de derechos humanos Héctor Abad Gómez, muerto a manos de paramilitares el 25 de agosto de 1987, y se retrata a una generación de pensadores de izquierda asesinada en la década de los 80.
PUBLICADO EN EL PERIÓDICO EL ESPECTADOR