Mostrando entradas con la etiqueta amigos. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta amigos. Mostrar todas las entradas

miércoles, 15 de agosto de 2018

UNA VIUDA, MI AMOR ADOLESCENT



Empecé a trabajar como profesor de primaria a los dieciocho años, tan pronto me gradué de maestro en una escuela normal, era casi de la edad de los muchachos de quinto grado y jugaba con ellos en el recreo  en lo que se practicaba hace muchos años: Trompo, tres huecos, rayuela, etc. Y me sentía a gusto con ellos. A los tres años me cambiaron de colegio a uno más grande y, por supuesto con mayor cantidad de estudiantes, allí llegaron varios compañeros de la Normal que terminaron sus estudios tres años después de mi. La amistad era completa, jugábamos básquet, futbol, íbamos a fiestas y bebíamos cerveza los fines de semana.
Como puede suponerse a los 21 años de esa época, era cuando uno empezaba a ennoviarse y a salir con chicas sin ningún problema (En otro artículo voy a explicar lo complicado de los noviazgos de los años sesentas), sin pedir permisos y algunas veces sin la compañía de una tía solterona o el hermanito menor que estorbaba para los besos rápidos de esos años. Ahora los jóvenes no tienen vigilancia, no piden permiso y se van a la cama a la primera o segunda cita; muchos matrimonios de esa época se dieron porque la chica estaba embarazada o porque era la única forma de tener sexo con ella.
Bueno, pues los cuatro compañeros salíamos juntos a todas partes y cuando había novias pues con ellas también, o sea éramos ocho para los fines de semana (el viernes y el sábado dejábamos las novias en sus casas y nosotros seguíamos en lo nuestro que, comparado con lo actual, era muy inocente: jugar billar, tomar cerveza y, de pronto ir a un baile.
Y la VIUDA? Se estarán preguntando. Pues en mi curso había un chico muy perezoso y desordenado y de ninguna manera mejoraba; entonces yo envié una nota a la casa para que se presentara una persona mayor responsable para conversar acerca del niño y ver la manera de corregir su comportamiento. Al otro día se presentó una muchacha como de mi edad, muy linda por cierto que me dijo ser la hermana de Edwin, el nombre del estudiante. Conversamos, nos pusimos de acuerdo en el método a seguir y nos hicimos amigos; me invitó a tomar onces en su casa con su madre y este es el verdadero comienzo de la historia.
A partir del siguiente fin de semana mis amigos se quedaron sin mi presencia. Rehusaba invitaciones y los viernes tan pronto salíamos de la jornada laboral me perdía sin rumbo conocido y, por más que insistían no quise decirles para donde o con quien me iba a encontrar, dese ese primer día y durante unos tres meses. Durante la semana lo único que yo les comentaba era que me encontraba con una viuda y pasaba los fines de semana con la misma viuda y esta palabra se convirtió en tema recurrente; hasta el punto que me apodaron el Viudo, jajaja.
Estaban preocupados porque notaban mi gran amor por la viuda y, como ocurre siempre, en su imaginación tenían a una anciana vestida de negro y llorando a toda hora. Pues se inventaron una fiesta de muchachos jóvenes con la intención de que yo conociera chicas de mi edad y me ennoviara con alguna. Les dije que asistiría pero si podía ir con mi viuda y noté el gesto de desagrado de todos, eso les dañaba el plan porque su interés era alejarme de esa supuesta vieja decrépita. Y se burlaban cantando El viudo y la viuda se van a casar… Le comente a mi novia la idea de asistir y le pareció genial.
El día de la grandiosa fiesta llegué un poco tarde para aumentar las expectativas y cuando me aparecí con una hermosa chica todo el mundo se calló y Uriel, el más descarado se presentó y de frente me dijo, lo felicito mi hermano, esta si es una belleza, afortunadamente no trajo a su famosa viuda, este comentario fue aplaudido por todos los que lo escucharon y se arremolinaron a abrazarme y mirar de cerca mi nueva novia radiante de alegría y juventud. Cuando todo se calmó hablé en voz alta para que todos escucharan; amigos, les presento a mi novia, mi gran amor, la VIUDA que llena mis espacios y los fines de semana me aleja de ustedes.
Cuando pasó el momento del asombro habló ella en medio de su risa cantarina que me fascinaba: siempre quise unirme a su grupo pero mi amor no me lo permitió, quiso conservar en secreto nuestra relación porque soy hermana de Edwin, un niño que estudia en su colegio. Ah, y lo de viuda no es un invento, me casé de dieciocho años y tres meses después mi esposo se mató en un accidente  con su motocicleta, yo soy la viuda.
Edgar Tarazona Angel

viernes, 11 de abril de 2014

NUEVOS POEMAS MUY CORTOS



Uno
Los minutos caen
Como gotas de rocío
En mi soledad sin ella
Y el caracol de tiempo
Es lento
Cuando ella no está.

Dos
La voz vuela
En las palabras escritas
Y se posa
En cada mente despierta
Como una mariposa
Sobre su flor preferida

Tres
Cada flecha de Cupido
Se clava en un corazón
Pero, no siempre,
Lleva amor al elegido.
A veces el angelito
Se equivoca
E impregna de acíbar
Sus saetas.

Cuatro
El padre Tiempo o perdona
Y en muchos rostros
Del pasado mío
Se marcaron las grietas
De los años inexorables

Cinco
Tengo muchos años de vida
Y decenas de amigos
Y conocidos se marcharon.
La muerte no perdona.
Todo comienza y todo termina..
Y me pregunto;
¿A mí cuando me toca?

Seis
Escucho el aullido
De las zorras
En la selva de cemento;
Se agudizan mis sentidos, hierven mis emociones
Pero me aplaco,
Soy un lobo solitario

Edgar Tarazona Angel.

Envigado 2014-04-11

viernes, 28 de junio de 2013

REMINISCENCIAS DE CHIPAQUE

REMINISCENCIAS DE CHIPAQUE
Capítulo I
Inicialmente fue una idea personal; con el paso de los días apareció en mi correo un amigo de esos lejanos años y le propuse escribir el artículo a cuatro manos. De todas maneras el artículo está narrado en primera persona pero dejo constancia de la valiosa ayuda de Fabio Villamil Peña, quien agregó datos importantísimos.  Per cada uno de los amigos de Chipaque, con el paso de los días, puede aportar sus anécdotas o las que escuche de sus padres o abuelos.
Desde los primeros años en el colegio San Pío X aprendí  que Chipaque es  un nombre derivado de la voz indígena Chipipabacue que quiere decir “el bosque de nuestros padres”. Considero a este pequeño pueblo mi patria chica y así lo sienten todos los que compartieron conmigo los doce años de mi infancia; la verdad es que nací y fui bautizado en La Vega pero, a los pocos meses de nacido, me llevaron para el pueblito de esta crónica. A mis doce años mi familia se trasteó para Facatativá; a mí me mandaron a estudiar interno en Zipaquirá. Aclaro  esto porque mis recuerdos se limitan a los años de mi estancia en Chipaque, después, algunos de mis hermanos se quedaron o regresaron por diferentes razones pero yo no puedo hablar por ellos.

Debo decirles a mis lectores jóvenes que estos recuerdos abarcan hasta el año 1960, en que mi familia se trasladó a la sabana de Bogotá; quiero insistir en que  todos los protagonistas de estos recuerdos fueron niños menores de once años y este artículo está escrito desde la visión de un infante  chipacuno de esa época lejana. Desde entonces muchos cambios se deben haber efectuado en todo sentido en el municipio y la mayoría de personas que se nombran en esta crónica ya fallecieron o están demasiado viejas para recordar. Por ejemplo mi madre, Teresa Ángel Baquero, ejerció la docencia en las escuelas públicas y repartió palo a los que no rendían en sus estudios; hoy tiene 88 años y no recuerda casi nada de su pasado. Sus ex alumnos si la recuerdan pero dicen que esos castigos los hicieron crecer derechos.

Son demasiados los recuerdos y los voy a escribir en el orden que se presenten en mi pensamiento, de manera que los habitantes de este municipio, que desde siempre me han considerado su paisano, sabrán excusarme  en los deslices de tiempo y espacio en que incurra. Debo confesar que hace años guardo la intención de escribir un artículo directo, con nombre propio del pueblo que vio nacer, crecer, reproducirse y morir a la mayor parte de la familia de mi madre y, por negligencia u otras ocupaciones, siempre postergué mis buenas intenciones, el año pasado escribí y publiqué un artículo sobre mi colegio de la infancia, el liceo parroquial San Pío X y, para mi fortuna, son cientos los lectores que lo han leído. Algunos se han comunicado conmigo, y hasta me llegó una invitación tardía para la celebración de los 55 años, y me sugirieron temas para escribir, este es uno de ellos.

viernes, 23 de marzo de 2012

MIS AMIGOS MUERTOS

MIS AMIGOS MUERTOS



Cada vez que fallece uno de mis amigos muchas ideas se cruzan por mis pensamientos y demasiadas preguntas de las que todo el mundo se hace ante la muerte. Hace un mes falleció uno de mis compinches de infancia y juventud y se me vinieron multitud de recuerdos que ya estaban casi en el olvido. Siempre uno recuerda lo más agradable de su vida pero, también, lo más negativo y con mi amigo Omar las añoranzas no son de lo mejor que me hubiera pasado. En estos tres años en el RINCÓN varios compañeros y conocidos se han ido de esta etapa que llaman vida. Dos de ellos me impulsaron a escribir sendos artículos doloridos por su muerte temprana; digo yo, porque para los que somos mayores que el fallecido los vemos como jóvenes y para los hijos y nietos de los mismos ocasionan comentarios como: se fue el cucho, el catano, el anciano, el vejete.
No me detuve en estos últimos tres difuntos sino que, esa máquina de recuerdos que tengo en la cabeza echó a andar hacia atrás, hasta mi infancia y recordé personas de mi edad que se marcharon a los ocho, diez o doce años; después pasé en mi viaje mental a la adolescencia durante la cual  se despidieron de la vida otros cuantos contemporáneos míos y, más adelante, siempre hubo conocidos, amigos, compinches o enemigos (por decir de alguna manera) que dejaron el mundo sin su presencia y por diferentes motivos y circunstancias: enfermedades comunes, enfermedades raras que llaman ahora, síncopes, paros cardiacos o respiratorios , y toda la gama de matices que rodean ese fenómeno llamado muerte.
Durante mí larga temporada laboral no fueron muchos los compañeros de trabajo que estiraron la pata pero hoy, diez años después de mi retiro, trece colegas entregaron su alma a Dios, sin despedirse. Las preguntas que la gente se hace, y lo mismo hago yo, son de este tenor: ¿por qué él y no otros con más edad?, ¿seré yo el próximo?, ¿yo como que tengo síntomas parecidos?, ¿quién será el siguiente? Y así muchos interrogantes sin respuesta. La gente que va a los entierros tiene respuestas para todo: “así lo quiso Dios”, “ya le tocaba”, “es la voluntad de Nuestro Padre”, “a todos nos llega el turno”, “pobrecito, dejó de sufrir”… y hasta quien afirma que “eso es castigo de mi Dios por la mala vida que le daba a la mujer y los hijos”.
Tengo muy claro que la vida empieza y termina. Son los dos extremos y sabemos el día, la fecha y hasta la hora de nuestra llegada a la vida pero, la marcha final nadie la conoce y hasta Jesucristo, que una vez fue preguntado sobre el asunto contestó, palabras más, palabras menos: “solo Mi Padre que está en los cielos conoce el día y la hora”. Y digo, si ese muchacho tan sabio no lo sabía, menos nosotros. Lo de muchacho no lo digo en forma peyorativa, se acepta que murió a los 33  años y eso es una edad temprana, ¿No? Mi abuelo paterno entregó su alma a los 105 años y el viejo se sentía de 15, que bendito. Una tía materna murió de 101 y nos hizo pistola a todos los familiares porque soñábamos con un record raro. Ella nació en febrero de 1898 y murió en junio de 1999. La idea era sentirnos orgullosos de decir que una tía nació en el siglo XIX, vivió todo el siglo XX y murió en el XXI, pero a la bendita anciana se le ocurrió fallecer faltándole siete meses para lograr la marca.
Yo fumé, bebí, jugué e hice todo lo posible para morirme joven y sigo vivo; eso me lo enrostran en los entierros de mis amigos juiciosos, me miran como diciendo: “usted es el que debía ir en ese cajón”, porque resulta que siempre fui el bohemio, el raro, el desadaptado social, el solitario… y pienso, ¿yo qué culpa tengo de tener en mis genes la longevidad y la resistencia a todo? Y me preguntan con toda mala intención que marca de tintura uso para el pelo y hasta me halan el cabello pensando que uso peluca. No me salen canas ni se me cae el pelo y eso es culpa de mis genes y si no he muerto de muerte temprana es debido a mi herencia genética no a mis cuidados porque, por mi, en una época quise morirme y nada, no lo logré. Ahora quiero vivir y lo estoy logrando a cabalidad. Por eso no fumo, no bebo, no juego y me alejé de lo que hace daño.
Y si mis amigos y conocidos murieron de cáncer, diabetes, síncopes, suicidio, accidentes, ¿tengo yo la culpa? Ahora trato de no asistir a sepelios, aunque me duela el deceso del difunto. Hago llegar mi hoja verde y mis pésames a la familia y, sólo en casos especiales me hago presente. Me han dicho que cuando me toque el turno nadie asistirá a mis funerales y pienso que ningún muerto se levanta del cajón  a comprobar quien está y quién no. Además mi voluntad es que me incineren para evitarles a mis familiares ese rito (para mi sin sentido) de ir todos los lunes al cementerio a rezar, llevar flores y llorar. Recen y lloren en la casa y el dinero de las flores háganlo llegar a una familia necesitada.
Este monólogo es un descargo que necesitaba hacer. Si voy a entierros malo y si no asisto peor. Como los muertos no llaman a lista pienso no volver sino al mío. Esto lo digo sin certeza porque aun en la familia y amistades hay personas que quiero mucho. Quiero insistir en que la muerte es un extremo del hilo de la vida y, como me dijo un campesino  hace muchos años cuando quería morirme y me preocupaba por todo: “¿Profe, de que se preocupa si de este mundo nadie sale vivo?”

miércoles, 9 de noviembre de 2011

ME INVITARON A COMER




Esta historia me pertenece y es cierta cien por ciento. Ocurrió durante una época en que cinco muchachos permanecíamos más en el municipio de Mosquera que en Facatativá.
En la hacienda Casablanca, celebraron una tremenda fiesta a la cual asistimos y amanecimos, sin avisar a nuestros padres. Al amanecer nos invitaron a tomar leche fresca en el establo y como era un detalle bien curioso bajamos. Las vacas estaban alineadas culo frente a culo en los ordeñaderos automáticos y cuando yo pasé en medio de la fila una vaca  churrienta se cagó y me llenó los zapatos y el pantalón de física mierda. Nada se podía hacer así que nos bebimos la deliciosa leche recién ordeñada subimos a desayunar, tomamos tres o cuatro cervezas para el guayabo y... rumbo a casita.
Los cinco llegamos con cara de susto y con el rabo entre las piernas. Yo trabajaba pero les estoy hablando de una época en que se acostumbraba pedir permiso. No sé si ya lo conté, nuestra casa era vecina con la de don Tito y la tienda de su propiedad, allí  había un pequeño patio al frente donde nos reuníamos a disparatar de todo lo divino y lo humano y a criticar a quienquiera que pasara o recordáramos.
Cuando el demonio quiere perder a alguien lo pierde bien perdido. Llegamos en grupo y los demás enrumbaron para sus casas. A todos nos encimaron una silbatina de los mil demonios porque la maldita tienda estaba llena con todos los malparidos del barrio... todos juntos y de testigos para lo que sucedió a continuación. Eran como las diez de la mañana y la bendita llave no abría por la sencilla razón de que mi padre decidió dejarme por fuera la noche anterior, si pensar que yo no iba a llegar. Entonces, golpeé en la puerta:
          -   ¿Quién es?
          -     Yo, padre.
          -     ¿Qué quiere, gran pendejo?
        -      Pues, entrar.
        -     Vaya duerma donde lo trasnocharon...
Mientras esto sucedía como veinte desgraciados de mis amigos se reían a carcajadas en la barda de la tienda. Les menté la madre y aumentaron las risas. En esas se abrió la puerta:
      -      ¿Dónde estaba?
      -       En Mosquera, padre.
      -      ¿Y, que putas estaba haciendo?
      -      Fue que nos invitaron a comer.
     -       Pero mierda porque viene todo cagado.
La carcajada tan hijueputa que soltaron todos los malditos amigos míos  del barrio todavía me resuena en los oídos casi cuarenta años después.
De mi libro Historias Ebrias.

lunes, 24 de octubre de 2011

LA DESMEMORIA DEL PUEBLO






Con el agite de las elecciones me puse a pensar en ese dicho que dice “los pueblos que olvidan su pasado están condenados a repetirlo” o algo así, no estoy muy seguro que sean las palabras exactas pero como dice el Chapulín Colorado la idea es esa. No soy historiador y me atengo a mi memoria y a las lecturas que hice y hago…. Ah, se me olvidaba que los viejos de mi familia de ambos partidos tradicionales, se encargaban de refrescarme las ideas relacionadas con la política y es que para ellos solo podían existir en Colombia dos partidos y que los jóvenes de hoy en día, que son todos los menores de 50 años para ellos, se encargaron de cambiar las leyes para sacar más y más partidos y esto se volvió un “sancocho político”, me decían.
Y mi abuelo paterno, por ejemplo, que si estuvo en la guerra de los mil días porque tenía por entonces 16 años en Guaca, Santander, y era apto para empuñar las armas y no como otros abuelos de mis amigos que afirmaban también haber combatido en esa guerra desastrosa, que le costó al país entre otras cosas la separación de Panamá, y como yo tengo la manía de hacer cuentas pues esos no pudieron estar combatiendo porque no habían nacido o eran bebes. Mi abuelito nació en 1886 y cuando empezó la guerra tenía 14 años y lo enrolaron a la fuerza dos años después cuando se recrudecieron las acciones cerca de su casa. El cucho se dio el gusto de vivir 105 años y murió en 1991 de mal genio y arriando madres contra el partido conservador. Aclaro lo de la edad porque los amigos míos tenían abuelos nacidos a principios del siglo XX y hasta donde sé nunca le dan fusiles a bebes de un año o poco más.
Ese señor llamado Rodolfo, fue uno de los que me metió en la cabeza la idea de que todos los políticos son ladrones y que muchas fortunas “bien habidas”  no salieron de la nada sino del despojo de los más débiles o del robo a las arcas del erario público. Me decía: “mijo, cuando terminó la lucha por la independencia y los españoles tuvieron que largarse para la puta madre patria quien se apoderó de sus propiedades?... sencillo hijo, pues los oficiales del ejército libertador, y con el tiempo se hicieron escrituras y legalizaron el despojo y mire chino que a los suboficiales les dejaban un terrenito  para darles contentillo y a la tropa pues aguardiente y tabaco de las rentas… y de ahí nació el dicho que nadie se hace rico dando”
Ese era mi abuelo paterno puto liberal y macho como se decía en otras épocas y los conservadores replicaban. “y sus hermanas” y jajaja.  Por la otra parte estaba la familia de mi madre perteneciente al partido conservador que abominaba de los liberales y los trataban de masones y ateos y asesinos de sacerdotes, pero no quiero pasarme a otra historia que ni me acuerdo si ya se la conté cuando para entrar al seminario era indispensable ser del partido conservador y los curas desde el púlpito incitaban a sus feligreses a matar liberales; y nos preguntamos el por qué de la violencia.
Y me sigo saliendo de lo que estaba pensando y era en los políticos que no en la violencia pero viéndolo bien lo uno va con lo otro de alguna manera y la llamada Violencia en Colombia de mitad del siglo XX que fue sino violencia política entre los dos partidos tradicionales y la chispa fue el asesinato del líder liberal y seguro presidente de la república Jorge Eliécer Gaitán el 9 de abril de 1948. Y ¿por qué lo mataron?, pues porque denunciaba la corrupción de la oligarquía y defendía a los humildes y sus discursos incendiarios inflamaban la mente y los corazones del pueblo raso y la clase alta sintió que su hora era llegada y solo había una salida, quebrarlo como se dice ahora.
Pero mis tías abuelas que entre otras cosas también sufrieron de lo mismo que mi abuelo, que fue la hijuemadre longevidad, y dos pasaron de los cien años  y me repetían que todo poder viene de Dios y es un grave pecado, de los más graves mijo, ir en contra de las personas que tienen el poder por mandato divino y, por supuesto, estas personas eran los jerarcas de su partido y hasta tenían en su casa bustos de tamaño pequeño de sus políticos predilectos y yo, en una de mis borracheras de adolescente y sin querer, lo juro, tropecé con la estatua de Laureano Gómez y se fue escaleras abajo partiéndose en mil pedazos, como se dice y yo no creo porque quien putas se ha puesto a contar los pedazos, al otro día la tía Emilia con lágrimas en  sus ojitos de ochentañera me mostró el destrozo y yo le prometí por todos los santos reponérsela por otra más grande y 16 años después cuando falleció de muerte natural (ya era natural que muriera) yo jamás le devolví a su ídolo.
Que desorden de mi cabeza, ya pueden entender porque estuve en el manicomio, pero vuelvo al tema de los señores políticos y su “honradez a toda prueba” que para frenar los avances de la oposición encarnados en Gustavo Rojas Pinilla, ex general y ex presidente de la república, le robaron las elecciones de 1970 contra Misael Pastrana Borrero… yo si me acuerdo y les refresco la memoria: el general es el abuelo de Samuel Moreno Rojas y su hermanito Iván, ambos presos por el carrusel de las contrataciones que tiene semi destruida la capital de nuestro amado país, y Misael es el padre de Andresito Pastrana quien, según los entendidos, tuvo el peor gobierno de la historia de Colombia aunque sus seguidores digan lo contrario y que cuando fue alcalde de Bogotá le dio gusto a los niños del Norte con frecuentes conciertos de Rock. Ah, y el papá de los Moreno Rojas, el senador Samuel Moreno, esposo de María Eugenia Rojas, hija de mi general, se daba el gusto de asistir borracho a las sesiones del congreso y hasta se recuerda que alguna vez echó bala en el recinto sagrado.
Y todos juran ante lo más sagrado que su vida es un libro abierto y que pueden meter las manos en el fuego para probar su inocencia, acto que se hacía durante la inquisición, sólo que durante ella si se metían las manos a la candela y los políticos se quedan en la promesa y cuando se les comprueban sus tropelías todo queda en silencio… silencio cómplice de los medios que para nada colabora con la memoria de los ciudadanos que siguen dando su voto a los corruptos de siempre o a sus sucesores. Algo ha cambiado y es que antes la sucesión era por línea sanguínea, a veces de padres a hijos o nietos pero y también a yernos o nueras y aún ahijados. Ahora es cuestión de intereses económicos, que siempre van ligados con la política. Miren los programas de gobierno y verán que con leves variantes todos ofrecen lo mismo y ¿qué es lo mismo? Reformar las condiciones económicas de la población, arreglar los servicios, las carreteras, la salud, los problemas de inseguridad y en una palabra, cambiar radicalmente todo.
Pasan las elecciones y los mismos que saludaban de abrazo al obrero y al campesino no lo determinan o, si acaso, lo saludan desde la ventanilla del lujoso auto con la mano, pero sin bajar el vidrio, no va y sea que se arrimen y los contaminen, ya no besan a los niños mugrientos y mocosos de las señoras de las plazas de mercado no comparten unas cervezas en la cancha de tejo con los mecánicos y choferes del servicio público. Pasado el proceso electorero, que eso es, llega la amnesia para los políticos elegidos y los resentimientos sirven a los quemados o vencidos que aprovechan, ahora sí, para visitar a los que nunca determinaron para sembrar la semilla de la desconfianza en sus opositores que si ganaron. Esto lo escribo diez días antes de la contienda electoral para elegir gobernadores, alcaldes, concejales y honorables diputados a las asambleas departamentales, amén de los ediles que aun no tengo claro para qué demonios sirven estos cargos.
Las ciudades terminan llenas de basuras y los vencedores en unas resacas de los mil demonios porque esa es otra mentira, la ley seca no se sabe quiénes la cumplen, yo por lo menos en los años que serví de jurado de votación, vi cientos de borrachitos por las calles y en mi pueblo, cuando comenzaban a salir los resultados, en esa época por la radio, en todas las oficinas donde funcionaban los comités del candidato repartían trago por cantidades y para disimular los servían en pocillos tinteros. Muchos años han pasado y las cosas no han cambiado, los nombres si, por supuesto pero detrás de un nombre está el del jefe que es un político inhabilitado o preso (ahora no son presos sino internos)… seguimos con esa otra mentira, a los cuatro vientos se grita que fulano de tal está inhabilitado o se le decretó la muerte política pero los que no comen cuento saben quiénes son los candidatos movidos desde la sombra por este titiritero de la política.
Creo que este monólogo es sólo un abrebocas de todo lo que puede decirse relacionado con las marrullas de los políticos, de la corrupción que continúa incólume y con una impunidad aterradora, pero por ahora descansé un poco de mis afanes mentales. Hay mucho que decir pero eso lo pueden expresar mejor los que entienden de política, yo sólo me remito a mis recuerdos y a mis lecturas. Como jamás pedí favores a ningún político y mis hijos estudiaron sin tener que mendigarle a nadie una beca o una recomendación siento que tengo el valor moral para decir lo que digo. Pensar lo hacen muchos sobre este tema pero no lo dicen.
Los politólogos, sociólogos, historiadores y demás eruditos podrán decir más verdades y los amigos periodistas honestos seguirán sufriendo persecuciones y falsas acusaciones por decir las verdades, así es en todo el mundo y así seguirá siendo. El gobierno mundial es una utopía y en Colombia, nuestra amada patria, seguimos muy lejos de escoger a los más capaces y honestos.
Siento que me quedan muchas cosas para decir pero si Dios lo permite, otra vez será.
Edgar Tarazona Ángel

viernes, 19 de agosto de 2011

EN LA MUERTE DE UN VIEJO AMIGO


Para Luis Fernando Peña Hernández
No sé porqué la vida se acaba tan pronto para algunas personas; en los últimos años me ha correspondido despedir muchos amigos, y este muchos es un decir porque son más de diez pero menos de veinte, para mí son muchos y no tengo el número exacto y no quiero ponerme a hacer cuentas en este momento en que me duele la partida de todos. Hace dos años por el mes de mayo le tocó el turno a Orlando Malo y hoy a Luis Fernando Peña Hernández; ambos de mi barrio de la niñez y juventud, ambos conocidos y apreciados por todos.
Y como casualidad de la vida o de la muerte a los dos se los llevó la parca por medio de un cáncer. Esa fue la herramienta escogida por la huesuda para segarles la existencia. Cada vez que un conocido se va me pongo a pensar si yo seré el próximo viajero en el tren de la muerte, y cuando la hoz horrenda de esa señora implacable corta de un tajo el palpitar de un amigo entrañable la preocupación es mayor… ¿Seré el que sigue en su lista? Pero siguen transcurriendo los años y pasando los trenes de todos los viajeros de este mundo y yo sigo presenciando la partida de ellos.
Con Luis Fernando me unió un vínculo especial durante unos dos años. Mi amigo más entrañable era su hermano Ricardo pero, con Querubín o Baches como cariñosamente era apodado, construimos castillos en el aire y sueños financieros que jamás fructificaron y de los que nadie supo nunca, ni sabrán porque la parte que le correspondía contar se la llevó a la tumba y mi cincuenta por ciento lo guardo también como una confidencia debida al amigo que se marchó para siempre.
Pienso que la vida da muchas sorpresas, demasiadas desagradables, digo yo. Cuando voy a mi querida ciudad de Facatativá veo por sus calles algunos personajes desagradables, por no decir maleantes reconocidos, que siguen recorriendo las calles como dueños y señores; ya casi no encuentro  a mis amigos y vecinos de antaño; muchas casas están en ruinas y luego me entero que sus habitantes se marcharon hace años o fallecieron, la lista de estas últimas personas es larga, muy extensa pienso y para mi desdicha la mayoría de mis conocidos que la integran (incluyendo los buenos y los malos) son de los primeros, de los que no merecían marcharse aun.
Devolviendo mis recuerdos encuentro a Mauricio Bernal, de los primeros en dejar este mundo, al “Gato”, Miguel Medellín, Oscar Torres, Joaquín Ramos, los hijos de mis amigos, mi hermano Francisco, Luis González, el Mono Malo y ahora  Luis Fernando, solo por nombrar los jóvenes.  A las personas mayores no las incluyo porque ya habían cumplido su ciclo vital y nadie sale vivo de este mundo, como dicen los campesinos, tampoco incluyo personas de otros barrios ni bebés, sólo a los que compartieron conmigo juegos, tristezas, trago, y de vez en cuando trompadas, que de todo había. En las largas vacaciones de fin de año creábamos equipos para realizar OLIMPIADAS que incluían lucha libre y boxeo. Algunas veces el perdedor quedaba resentido y horas después la pelea terminaba fuera del ring con narices y bocas rotas y sangre.
Querubín era de los calmados, más bien prefería ser árbitro que participar en las competencias, su talante no daba para enfrentarse a golpes con nadie y como réferi era un desastre pero se hacía querer. En un partido de fútbol se ganó una ensalada (así llamábamos por la época darle golpes con las manos abiertas a un muchacho que hubiera cometido una estupidez); uno de los jugadores metió el balón en su propio arco, Luis Fernando hizo sonar el pito y señaló la esquina diciendo: “Autogol, o sea corner”… rechifla y ensalada.
Tengo un libro a medias que cuenta todas estas anécdotas y me prometo, con cada muerte de mis amigos, que voy a terminarlo para que las memorias no queden en el olvido. Al paso que vamos de pronto el próximo soy yo y los que sigan  vivos irán olvidando los hechos que yo tengo en desorden en mis cuadernos y en mi cabeza. A Luis Fernando le deseo paz en su tumba. Esto puede sonar a muy trillado pero es cierto, todos los de mi barrio TISQUESUSA  de Facatativá nos recordamos mutuamente y sentimos un gran dolor en cada despedida del amigo que terminó su viaje en este mundo. Gracias Luis Fernando por el tiempo que compartimos y que todo sea mejor para ti en el otro mundo.
Edgar Tarazona Ángel Agosto 15 de 2011  

jueves, 16 de junio de 2011

REENCUENTRO




Me sumerjo en la soledad
Y el silencio
Para encontrarme conmigo mismo.
Busco en el pasado las raíces
De las cicatrices
Que encuentro en la piel de mis recuerdos.
En los recodos de la memoria
Se esconden dolores olvidados
De amores frustrados
Y dulces besos de miel
Que ya no existen.
Me veo con mis años juveniles
Cargado de ilusiones y sueños
dispuesto a conquistar un mundo
que luego nunca fue mío.
Igual que con otras personas
Después de muchos años
El reencuentro conmigo no fue lo que esperaba
Pero me sirvió
Para sacar los escombros de las ruinas
Del pasado lejano
Para sacar los cadáveres insepultos
De lo que pudo haber sido y no fue
Y me mostró mi realidad actual.
Lo que no logré ya está perdido,
Los sueños locos de juventud
Sólo eso fueron: sueños.
Los amores del ayer ya no están
Y, tal vez, ni fueron amores.
En el silencio total
Me despido de mi ayer
Quizás para siempre.
No sé si vale la pena
Recordar dolores y alegrías,
Lágrimas y besos,
Personas que ya no están en este mundo
Y logros no alcanzados.
Hoy me digo adiós en el pasado
Y me saludo en el milagro del hoy
Que es lo único real de mi existencia

Edgar Tarazona Angel

miércoles, 28 de octubre de 2009

ALCOHOL I parte

Cuando me preguntan si esta es mi vida debo responder que hay
algunas anécdotas mías en el relato, pero también aparecen viovencias
de mis hermanos y algunos conocidos.
El personaje parece que fuera el escritor...
les dejo el beneficio de la duda. Edgar

Cuando mi padre bajaba al pueblo a visitarnos tenía la costumbre de llevarme a las tiendas donde se reunía a beber con sus amigotes, yo era su orgullo por el motivo de ser su primogénito, y conversaba delante de mí de todos los temas que ocupan a los varones en este tipo de actividades: deportes, negocios, conflictos de diferente índole y, sobre todo, de mujeres. Allí me enteré de muchas conquistas de mi padre, sus amigos poco salían del pueblo y este era muy pequeño para permitir aventuras extramatrimoniales y las pocas mujeres que prestaban su cuerpo ya se sabía a quienes pertenecían, claro que estas conclusiones vine a sacarlas muchos años después; en ese entonces yo me enorgullecía de mi padre porque sus amigos se asombraban de sus proezas varoniles y después de mucho tiempo comprobé que eran ciertas; allí empecé a tomar, sobre las rodillas de mi papá o jugando en una mesa vecina que estuviera desocupada, en la que iban acomodando las botellas vacías o a medio vaciar, cuando no me miraban tomaba sorbitos que me hacían sentir extraño pero para nada mal. Sólo un día sentí unos malestares horrendos y fue cuando mi padre, viéndome tomar con agrado de su cerveza, me dio media copa de aguardiente y vomité hasta las tripas, mi abuela, que era la madre de él, lo maldijo y lo trató muy mal cuando me vio y se dio cuenta de la causa de mis males. Durante una larga temporada mi padre dejó de llevarme a sus tomatas y si mal no recuerdo ni me hicieron falta pero, cuando salía con mi abuelita por la calle (nunca me dejaban salir solo), y pasábamos por el frente de los establecimientos donde vendían licores, la cerveza me volvía agua la boca y el trago me rebotaba el estómago. Mi infancia fue una cosa rara porque me crié con mi abuela, una tía abuela y la muchacha del servicio y eso, hasta donde recuerdo, me convirtió en un solitario.


A los seis o siete años y sin saber el motivo resulté de acólito en la iglesia del pueblo, un edificio enorme para un pueblo tan pequeño pero como la fe de sus habitantes era más grande que sus necesidades reales y como no existían miserables absolutos la iglesia se construyó con la contribución de todos y hasta el reloj lo donó un familiar lejano de mi madre, tal vez como expiación de sus pecados porque, según ella, era un fornicador empedernido que nunca tuvo hijos con su esposa legítima y si con varias mujeres del campo con la cuales engendró mujeres que su mujer crió con una paciencia de santa. En la penumbra de la sacristía me reencontré con el que habría de ser mi más fiel y asiduo amigo, de toda mi existencia, metido entre las botellas: el delicioso y nunca bien ponderado vino de consagrar que me convirtió en católico fervoroso pues me hizo pensar que si esa era la sangre de Cristo ese señor tuvo que ser una persona excelente. Como tres años me duró la dicha, y la fe, porque todos los días el curita celebraba la misa y era parco en el beber, de manera que en las vinajeras quedaba casi completa la sangre de Jesús que “salvaste al mundo” y yo no podía dejar que se perdiera este líquido sagrado, de manera que lo libaba con una fe extraordinaria. Además, me ayudaba el buen ejemplo del sacristán, un viejito que tenía una gran estimación por la sangre de Nuestro Señor y acumulaba botellas detrás del altar mayor. Parece que con un cambio de sacerdote descubrieron que el pobre sacristán estaba embriagado con mucha frecuencia por la dicha de tener al Señor en su interior y lo echaron. Para mi se acabaron las motivaciones de acólito; el cura que llegó era prácticamente abstemio en todo sentido y todo lo tenía medido y guardado; años después lo recordé en las líneas del maestro Quevedo y su obra El buscón. En algún momento, para ocultar mi estado, comencé a inventar mareos y dolores de cabeza que mi madre no creyó por pura intuición materna pero como mi palabra era ley para mi abuela, sí señor, adiós a los hábitos religiosos.



De todas maneras no quedé tan alejado de la religión porque estudiaba en el colegio parroquial regentado por el párroco y nos llevaban a misa todos los domingos y fiestas de guarda. Todo iba bien hasta la hora de la elevación y transformación del vino en la sangre de Cristo porque, en ese preciso momento me atropellaban los recuerdos y en varias ocasiones me puse a llorar; estas lágrimas elevaron mis silencios, ante los ojos de todo el mundo, a una altura beatífica muy cercana a la santidad. Nadie supo nunca que no lloraba por la pasión y muerte de Jesucristo, que era lo que ellos pensaban, sino por el vino que sobraba y se iba impunemente para la sacristía donde nadie lo aprovechaba porque el cura lo retornaba a la botella después de la misa y lo guardaba bajo llave.



Por esos días llegó al pueblo un médico de unos treinta y pico de años que resultó de la familia, era primo hermano de mi madre y estudió medicina por darle gusto a su señor padre porque su verdadera vocación era el sacerdocio; para compensar su desdicha se refugió en las botellas y dedicaba la mayor parte de su vida a beber aguardiente. Casi desde el principio nos acercamos porque teníamos la misma vocación de solitarios irredimibles y las mismas aficiones, además de la bebida: la lectura y la música clásica; la tía abuela que me acostumbró a la hermosa música también lo había criado a él. Cuando se instaló en el consultorio que habría de ocupar hasta el final de su vida, comentó en familia; una de las pocas veces que habló y compartió con ellos; que necesitaba un muchacho para los mandados, el aseo del local y otros menesteres y, como no, ahí estaba el ex acólito, tan parecido a él en los gustos y aficiones, sin contar la afición a beber que no me habían descubierto y a él tampoco.



Al comienzo, y como estaba en periodo de vacaciones, la pasaba mucho tiempo en el consultorio entre frascos, instrumentos quirúrgicos y otras cosas de la profesión pero, lo que era más importante para mí, la variedad de libros que leía el hombre, muchos no me interesaban porque se referían a enfermedades y otras porquerías relacionadas con su profesión pero sí los de literatura y poesía. Un día me encontró ojeando un libro y se asombró de que a mi edad leyera los clásicos rusos, sus preferidos; ahí empezó una amistad que duró tres años, antes de que me pusieran interno en una lejana, retirada y fría ciudad a estudiar la secundaria y formarme como educador y formador de juventudes.



Con cierta frecuencia me enviaba a la tienda por lo que sabemos y el tendero me llenaba la botellita oscura y sin etiqueta (una bebida de malta sin alcohol que los borrachitos utilizaban para lo que estoy contando) de aguardiente, el médico espaciaba los tragos mientras leía y me mandaba por otra y otra y así varias veces hasta la cinco de la tarde, hora en que cerraba las puertas y se ponía a leer; en realidad lo únicos días con trabajo, lo que se llama trabajo solo eran dos : Los miércoles y los domingos porque los campesinos llegaban de todos los rincones del municipio a mercar, vender sus productos, asistir a la santa misa y meterse una borrachera de miedo; algunos armaban peleas y llegaban rotos de un botellazo, cuchillo o machete y me tocaba ayudar. La segunda vez vomité y, en adelante, estos dos días de la semana iba una muchacha con estómago a prueba de lo que fuera porque no se inmutaba con la sangre, pus, costras o las propias entrañas del herido; mi primo, como andaba anestesiado por el traguito no le importaba nada, cortaba, cosía, desinfectaba, no en ese orden, se lavaba las manos y mientras la enfermera terminaba de organizar al paciente se involucraba entre pecho y espalda, así decía, dos o tres tragos largos bien medidos.



Con él nunca me faltaron el dinero ni la cerveza, como no le gustaba fiar siempre me daba en efectivo para pagar la llenada de la botellita y jamás, que yo recuerde, me pedía lo que sobraba y que yo invertía en cerveza; solo que la compraba en otra tienda y decía que era para el doctor, de manera que uno de los tenderos estaba convencido de la afición de mi primo por el trago y el otro por la cerveza, a la ocho de la noche salía del consultorio haciendo eses, cuando podía salir, porque si la borrachera era fenomenal se dormía en la camilla de los enfermos pero antes me pedía que le hiciera llenar la botellita, por si se ofrecía durante la noche, al otro día, sin falta, la encontraba desocupada.



Dicen que cuando el demonio se empeña en perder a alguien se las ingenia para lograr sus propósitos y conmigo lo logró en la forma menos pensada. Al terminar el año, cuando llegan las festividades religiosas y alegres apareció en el pueblo una familia nueva que ocupó la casa del gerente regional de la cerveza, construcción en la cual se almacenaban cajas y cajas de botellas para surtir la población y otros municipios vecinos.



Dio la casualidad que el niño era hijo único y salía a la calle con su abuelita; igual que yo, y en un pueblo tan pequeño era inevitable que las dos señoras se encontraran y charlaran; el demonio hizo que las benditas viejas fueran de la misma región del país y pues si señor que convertirse en las mejores amigas fue cuestión de poco tiempo; más nos demoramos en hacernos amigos con el niño que tenía el nombre del dios griego del vino, Dionisio (les juro que este era su verdadero nombre) y en invitarnos mutuamente a las respectivas casas. En realidad la mía era común y corriente y lo único raro que tenia para mostrarle era la hermosa biblioteca que no le llamó la atención; él era un niño de padre pudiente porque en esa época manejar un depósito de cerveza dejaba bastante dinero y, claro, el niño tenía cualquier cantidad de juguetes, patines, bicicleta y otros artefactos desconocidos en el pueblo pero, para mí, lo más importante estaba bajo nuestros pies, en un sótano falso: el depósito mejor surtido de la comarca y sus alrededores con mas de tres mil cajas de cerveza, cada una de treinta unidades, con la mayoría de las botellas llenas que, cada semana, volvían a llenar los camiones que bajaban de la capital. Yo rehusaba todos los juegos que él proponía y siempre jugábamos a las escondidas, mi favorito porque me escondía en la bodega y les daba frecuentes besos a las botellas, besos con lengua y todo porque cargaba entre el bolsillo un destapador; si me tocaba buscar, igual, aunque supiera donde estaba oculto pasaba de largo y haciéndome el tonto me iba para el sótano donde mis consentidas y, desde esa temprana edad, adquirí una resistencia increíble para soportar el alcohol; a veces le llevaba la idea y jugábamos con sus hermosos juguetes; el que más me gustaba era un mecano con el cual armábamos máquinas fantásticas, edificios, puentes y cuanta cosa se mete en la cabeza de dos niños de nueve o diez años, no estoy seguro. Nunca le pregunté por la mamá y más tarde vine a saber que era huérfano por causa de un accidente que no podía contarme porque él tampoco sabía con certeza que había pasado y los adultos evadían el tema cuando preguntaba. Con el tiempo me descubrió bebiendo pero no me dijo nada. Se sentó junto a mí, en el físico suelo, y me preguntó a que sabía, yo le alcancé la botella, sin explicaciones, probó y no le gustó, entonces tuve que explicarle que al principio sabe mal pero después uno le va cogiendo el gusto y lo hace sentir lo máximo; me resultó buen alumno y cuando le cogió el agrado ya no quiso saber más de juegos de niños, directamente bajábamos al depósito a jugar a los señores y hablábamos de negocios, de deportes y de mujeres.



Por razón de su trabajo el papá del “dios del vino” viajaba todos los días, menos el domingo, por los diferentes municipios de la región y tomaba con los clientes. Por lo general llegaba a las nueve o diez de la noche más o menos borracho, lo llamaba, si no estaba muy tarde, le daba un beso, preguntaba bobadas, le echaba la bendición y se dormía, eso me lo contaba él porque a mí me acostaban a las seis de la tarde para que no me hiciera daño el anochecer, comía muy poco y dormía como los benditos hasta el otro día, por lo general me despertaba una pesadilla recurrente con un río, mar, laguna o cualquier sitio relacionado con agua y despertaba en un mar de orines que ocasionaba las burlas de mis hermanos menores y la ira de mi madre pero mi abuela se levantaba como un muro furibundo contra el cual se estrellaban todos los proyectiles verbales. Nunca supieron la verdadera causa de mis malestares infantiles y el hábito de orinarme en la cama: me acostaba borracho y con la vejiga llena y ahí tienen la orinada y los malestares consuetudinarios eran ni más ni menos que las resacas del vicio.

Una de las tías de mi madre, o sea, una de mis tías abuelas tenía una tienda en uno de los costados de la plaza mayor, que es un decir porque el pueblo era bien miserable y con una única placita en el centro, donde estaba la iglesia y el ampulosamente llamado palacio municipal; al costado de este estaba el establecimiento de mi tía donde vendía de todo, y todo es todo: Víveres, abarrotes, baratijas, cacharros, lencería, lociones ordinarias y licores; los miércoles y domingos los campesinos aprovechaban esos días de mercado para comprar los víveres y abarrotes de la semana y meter entre pecho y espalda el elixir que les alegraba el espíritu. Cuando me renunciaron a la carrera de acólito decidí seguir la de tendero y como era el único fiable de la familia podía entrar impunemente detrás del mostrador a despachar cerveza y trago a los borrachitos y manejar las monedas y billetes de las cuentas; nadie desconfiaba de este niño cándido e inocente, de manera que podía sisar en las cuentas con absoluta tranquilidad y desocuparme, de vez en cuando, una botellita de cerveza que camuflaba entre el envase que se acumulaba en las cajas. A pesar de mi obstinación con el licor era muy ordenado con las cuentas y al final del día le ayudaba a la viejita a organizar los billetes y las monedas en grupos según la denominación; además, durante la siesta del medio día de mi tía, camuflaba licor en la bodeguita que estaba a la izquierda del local en una pieza donde sólo entrábamos los dos; muchos años pasaron para que ella falleciera y muchísimos más para el deceso de las otras dos tías y nunca se supo de mis hurtos ni de mi sed intolerable que impidió que llegara más lejos de donde llegué. Mi familia fue de esas en las cuales se cumplió el precepto bíblico de “creced y multiplicaos” y nunca me expliqué por qué a ninguno de mis hermanos o primos les otorgaron tanta confianza y acceso al dinero o los artículos de la tienda ni de las casas. Muchos años después se comentaba de los sucesos de la infancia pero nadie me relacionaba con pérdidas de dinero u objetos.



El primo médico de vez en cuando debía realizar autopsias y un día me invitó; vomité hasta el alma y sólo pude tranquilizarme con el trago que me dio para el cuerpo y el espíritu pero, jamás pude olvidar el olor nauseabundo de ese cadáver de tres o cuatro días, la hinchazón total, la expresión de esa cara deforme por el dolor de la agonía, los ojos sin brillo, el color amarillento, los dedos engarrotados, y todo el cuerpo rígido por la agonía de la muerte. Ese fantasma, junto al de la oscuridad y el encierro me persiguieron durante toda la vida.



Mis amistades, que no amigos, fueron muy pocas, nadie quiere ser amigo de un niño extraño que se la pasa leyendo y habla de unos personajes que nadie conoce y cuando se le invita a jugar propone juegos como los tres mosqueteros, Sandokan, Tarzan y otros personajes que no conocían en el pueblo y que sólo llegaban en las aventuras de los periódicos dominicales que utilizaban los tenderos para envolver los artículos porque la gente de bien leía las noticias políticas y sobre la guerra de Corea y el pueblo raso en general era analfabeta. Los niños de mi edad decían que estudiar era para los estúpidos y que por eso mi familia era de las más pobres del salón de clase donde estábamos (esto lo digo yo ahora) porque perdíamos el tiempo con los libros mientras sus padres eran agricultores y ganaderos, actividades que dejaban dinero. Yo esperaba que, de pronto, mi padre llegara con la noticia de que uno de sus grandes negocios le había resultado para humillar a los lenguaraces... y nada. Mi querido, extraño y lejano padre llenó mis oídos infantiles de negocios fantásticos, imperios familiares, riquezas incalculables y fantasías extraordinarias que yo le creí, primero sobre sus piernas cuando muy niño y después sentado cerca de él cuando seguía hablando de mis excelencias de hijo y sus proezas sexuales y mercantiles; años más tarde descubrí que la mayoría de alcohólicos sufren de los mismos delirios de grandeza y construyen, en su imaginación, imperios comerciales, emporios ganaderos y agrícolas y entre ellos se las creen. Por extraño que parezca se hizo gran amigo de mi primo médico; lo único que los unía era la afición a la bebida y ni eso porque mi padre prefería las bebidas fermentadas y el doctor las destiladas; el primo leía y asimilaba mientras mi padre pensaba, como el resto del pueblo, que la lectura era un hábito de bobos y perdedores. Nunca lo vi ganador y lo amaba y quería que me quisiera; jamás se bajó de su pedestal para acariciar, de veras, a un hijo; pasados muchos años se volvió tierno con mis hermanos menores y con los nietos... mucho tiempo después, cuando ya para qué.

El final de mi infancia llegó brutalmente con la noticia de que nos cambiábamos del pueblo a una pequeña ciudad de provincia con mayores posibilidades de estudio y de trabajo y para que el papá nos visitara con mayor frecuencia: todos nos llenamos de alegría; enseguida y casi sin respirar me soltaron el rollo, por ser el mayor, y por una disposición de la república, me ganaba una beca para estudiar en calidad de interno en un colegio oficial lejos del pueblo, mis padres, mis hermanos y mi hermosa abuela, el único consuelo y puerto de mis congojas; cómo iba a saber que esa ausencia duraría seis largos años y cambiaría todo, lo que se dice todo, de mi vida.